Día 12 - Anillos de promesa

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La última vez que Tom vio a Harry fue cuando el menor le dijo que había dejado la academia de medimagia. Tuvieron una pequeña pelea en la que Tom le reprochaba su falta de ambición, y Harry había salido de la mansión sin decir nada. Tom trató de seguirlo pero lo que sea que haya hecho Harry lo ocultó de todo hechizo de rastreo que el mayor intentó.

Sin Harry, Tom tuvo que aguantar por sí solo todas las fiestas, bailes y reuniones políticas a las que fue invitado. Sacó provecho de ello y poco a poco fue tomando su lugar en el ministerio, no solo por usar su linaje, sino por demostrar su valía y convencer a otros de sus ideales. Fue bastante decepcionante que las familias de sangre pura fueran las más sencillas de convencer o manipular. Aunque quizá se debía a que odiaban a los muggles, y Tom pudo convencerlos que no era la culpa de nadie el haber nacido en una u otra familia. Los niños y niñas mágicas no deberían ser castigados por haber nacido dónde nacieron.

Tom envió espías a todos lados, buscando a su adorado león, pero nadie nunca lo vio o escuchó de él. Sus compañeros de Gryffindor, los que Tom creyó eran amigos de Harry, tampoco sabían nada del chico, y ni siquiera Snape, quien se había convertido en una especie de mentor en quien Harry confiaba, sabía dónde podría estar.

Tom llegó a creer que algo realmente malo le había pasado a Harry.

Pero entonces, una noticia inesperada apareció en la primera página de El Profeta: Nicholas Flamel y su esposa, Perenelle Flamel, fueron hallados sin vida en su domicilio de Devonshire. Fue un gran shock para la comunidad mágica, ya que era de conocimiento público que la pareja de alquimistas tuvo éxito en la creación de la única piedra filosofal que haya existido. Todos creían que la pareja había logrado lo que nadie más, y no solo convertir cualquier sustancia en oro puro, sino evitar a la muerte tanto como ellos desearan.

Esa misma noche, Harry volvió.

Alguien había deshecho los encantamientos de seguridad que Tom tenía alrededor de su mansión (lo cual no era nada fácil). Tom preparó su varita y entró sigilosamente, esperando ser atacado por algún contrincante o un seguidor de ellos.

—Baja eso —dijo una voz bastante familiar desde la oscura sala —solo soy yo. Nunca te haría daño, ni bajo la imperio.

Tom dejó salir un suspiro y usó su varita para encender las luces de la habitación. Después de eso, no se movió. Se limitó a mirar y estudiar cada pequeño detalle de su visitante.

—Harry.

—Además, ambos sabemos que no necesitas esa cosa para defenderte —sonrió Harry. —Hola Tom.

Harry tenía ojeras bajo sus hermosos ojos, el cabello un poco más largo y más desordenado de lo normal, su ropa se veía sucia y remendada.

—¿Hola? —repitió Tom en un molesto murmullo. —Desapareces por más de un año y ¿todo lo que tienes que decir es hola?

Harry al menos tuvo la iniciativa de verse culpable. Desvió la mirada y sus hombros cayeron levemente. Se veía bastante convincente. Que mal que Tom lo conocía mejor que nadie.

—¿Dónde estuviste? —demandó Tom, avanzando hasta quedar frente a él. —¿Qué hiciste?

Harry lo miró por entre el flequillo que ocultaba sus ojos. Tom ya era alto, y el que Harry estuviera sentado y él de pie solo acentuaba la diferencia de alturas. Tom levantó una ceja y Harry sonrió de lado.

—Te traje regalos —dijo, ya sin rastro de culpa o arrepentimiento.

—No vas a comprarme con unos cuantos recuerdos, Potter —gruñó Tom.

—¿Ahora soy Potter? —se burló Harry y dio unas pequeñas palmadas sobre el espacio libre a su lado. —Te gustarán. Lo prometo.

Tom frunció el ceño y se sentó a lado del menor.

Evil grows in meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora