El día que Tom fue nombrado Ministro de Magia fue un día para celebrar. Todos sus seguidores estaban ansiosos de ver los cambios que habría en el mundo mágico. Sus amigos estaban felices de que Riddle lograra su sueño. Su novio se veía orgulloso.
Claro que no todos en el mundo mágico apoyaban a Riddle. Albus Dumbledore era uno de los contrincantes más fuertes. Nunca le importó la política, ni cuando era su propio amante el que buscaba adueñarse del ministerio, pero así como sabía que Gellert no tenía las mejores intenciones para el mundo mágico, sabía que Tom tampoco sería la mejor opción.
Dos grandes magos, un mismo sueño y objetivos completamente diferentes. Aunque, tal vez, a ambos los guiaba su odio a las personas no mágicas. Por un lado, Gellert Grindelwald quería unir los dos mundos, que los magos y las brujas se dejaran de esconder, que las familias mágicas crecieran en el mundo muggle hasta tomar control de este porque, en sus palabras, los muggles necesitaban de su magia para sobrevivir y evolucionar. Y por el otro lado, Tom Riddle quería cortar todos y cada uno de los lazos que unían los dos mundos, que los hijos de muggles abandonaran por completo su mundo y crecieran en el mundo mágico sin saber más de aquél mundo en el que nacieron, que dejaran a sus familias y se integraran por completo a la magia, con la excusa de que los muggles temen a lo desconocido y podrían atacar al mundo mágico si lo descubrían.
Dos ideas extremas. Dos ideas que, por más que lo intentara, Dumbledore no podía llegar a comprender. O tal vez se negaba a comprender.
Entendía, en cierta parte, el odio que los magos y las brujas les tenían a los muggles. Su madre se aseguró de que su familia fuera olvidada, y cuando su padre fue encerrado en Azkaban, la bruja no permitió que sus hijos exploraran el mundo muggle o sus inventos. Tal vez, solo tal vez, de ahí venía la fascinación que Albus sentía por esas criaturas tan ingeniosas. Aberforth no compartía esa curiosidad, su propio odio se originaba en lo que le pasó a la pequeña Ariana, y jamás perdonó ni a los muggles que la atacaron ni a su padre por haber sido encerrado. Pero Albus no podía sentir odio, incluso hacia los atacantes de su hermana, se negaba a sentir siquiera el menor sentimiento negativo hacia ellos, a estar atado por la furia. No. Era mejor perdonar. Olvidar. Darles la oportunidad de ser mejores.
Parecía que ni Potter ni Riddle estaban dispuestos a darles esa misma oportunidad. Desde que estudiaban en Hogwarts, Harry había mostrado su desinterés en todo lo relativo a los muggles, y Tom no había ocultado el odio que les tenía. Dumbledore había convencido a Dippet de continuar mandando a los huérfanos a su casa hogar con la esperanza de que vieran algo bueno en sus compañeros y sus cuidadores, pero parecía que cada verano el odio y desinterés crecían más. No fue hasta que Dippet dejó escapar un detalle de Potter que Dumbledore pudo intentar entender el origen de ese odio.
Supuso que, si no había logrado evitar que Tom se hiciera con el puesto de Ministro y sabiendo que la mayoría de los miembros del Wizengamot lo apoyaría en sus cambios, tenía que buscar otra forma de salvar lo que quedaba del vínculo entre mundo mágico y no-mágico. La mejor forma sería enseñar a los menores que las personas no-mágicas no eran tan diferentes. Enseñarles a tener compasión y tolerancia, recordarle a los hijos e hijas de muggles sus orígenes y animarlos a no ignorarlos u olvidarlos.
Cuando se volviera director de Hogwarts, se aseguraría de conocer a todos sus estudiantes y ayudarlos a crecer de la mejor forma posible. Para él, todos serían iguales. Tal vez convenza a uno de seguir los pasos de Tom y arreglar lo que sea que el chico destruya durante su mandato.
Por ahora, era tiempo de celebrar al nuevo Ministro de Magia. Seguramente Potter ya tenía lista una botella de champaña. Albus esperaría y planearía conforme al tiempo.
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Evil grows in me
RandomTom Riddle no se dejaba llevar por cosas tan tontas y sin sentido como lo eran "los sentimientos". No habia nadie, ni en el mundo muggle ni en el mágico que alcanzara si quiera la suela de sus zapatos. Entonces, ¿de qué le servía perder el tiempo co...