Día 23 - Mudanza

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Cuando Tom finalmente cumplió diecisiete años, lo único que le importaba era no tener que volver nunca más a la casa de la señora Cole. Hacer magia fuera de Hogwarts sin meterse en problemas era una gran ventaja. Especialmente si iba a despedirse de esos muggles de una forma que nadie nunca podría olvidar.

Y eso no era lo mejor, aún había más.

Harry. Su hermoso y demente Harry podría irse con él. Incluso si faltaban siete meses para su propia mayoría de edad. La señora Cole no se atrevería a decir algo al respecto, aunque pudiera decir algo. Y los adultos metiches del mundo mágico no se enterarían de nada hasta que no pudieran hacer nada para convencer a Harry de dejarlo después de llenarlo de caramelos baratos de limón.

Uno de los niños dejó escapar un gemido adolorido. Tom sonrió. Era bueno saber que al menos uno de ellos era fuerte. Supuso que llamarlos niños era demasiado bondadoso de su parte. El menor de los presentes ya tenía quince años, y era un niño gordinflón y medio alto, más alto que Harry pero más bajo que Tom (aunque, ¿quién no era más alto que su adorable suicida?) y había participado muchas veces en las torturas que los demás imponían a Harry cuando podían sorprenderlo. Otros dos eran de quince años, igual que el primero eran simples seguidores que tomaban ventaja de lo distraído que era a veces su novio. El último era de la misma edad de Harry, dos meses mayor, lo que significaba que tampoco faltaba mucho para su mayoría de edad y su castigo de por vida.

Dudley Evans era el más gordo de todos, el más incopetente, y el más idiota de ese asqueroso grupo de muggles. Desde que llegó apenas hace dos años había elegido a Harry como su saco de boxeo personal. No importaba cuantas veces Harry lo asustara o cuantas serpientes Tom mandara, el tonto siempre volvía a meterse con Harry, quizá, con la esperanza de que lo antes sucedido fueran simples coincidencias inexplicables que no tenían nada que ver con los extraños huérfanos que desaparecían por diez meses cada año. Si solo supiera que seguía con vida porque uno de sus profesores lo mantenía en la mira y porque el ministerio sabía de lo... especial que podía ser la magia de Harry.

Si ese muggle seguía con vida, era solo porque ni Tom ni Harry podían hacer nada sin que alguien más metiera su nariz donde no debía. No podían arriesgarse a ser expulsados. No podían arriesgarse a que le rompieran la varita a Tom o se llevaran lejos a Harry.

Pero ahora.

Ahora, Tom era libre de usar su magia. Libre de demostrar de qué era capaz. Libre de castigar a quienes les hicieron los veranos pesados y a quien no hizo nada para detenerlos.

La señora Cole era quien parecía más perdida. Evans le seguía, con baba recorriendo su barbilla pero, a diferencia de la señora Cole, él sí pestañeaba cada diez o quince segundos. Los dos de quince miraban con terror a Harry, y el menor era quien había salido de su trance al sentir dolor. Dolor que Harry provocó.

Su perfecto obscurial estaba haciendo pequeños cortes en los brazos del niño con una navaja que encontró en el cuarto de Evans. Tom solo observaba a su pareja mientras éste se entretenía. El plan era simple: aprovecharse de la magia libre de Tom y asustarlos. Hacer un pequeño caos. Plantar imágenes de lo ocurrido en una testigo que pudiera declarar contra Evans. Hechizar a Evans para que no pudiera decir sus nombres. Borrarse de la memoria de la señora Cole y bloquearse de los recuerdos de los otros huérfanos.

iban a desaparecer. Iban a dejar de existir en el mundo muggle. Iban a encontrar un pequeño lugar para compartir hasta que tuvieran que ir a su último año en Hogwarts.

Mientras tanto, los muggles estarían recogiendo tres cuerpos con claros signos de tortura y homicidio. Un arma con tan solo las huellas de una persona. Una mujer histérica que presenció el ataque y un adolescente drogado que perdió la razón.

Tom no podía esperar.

Tal vez, en lugar de buscar un cuarto en algún pueblo mágico, pudiera convencer a Harry de viajar. Serían las primeras vacaciones que tendrían como pareja. Deberían aprovecharlas y no solo hacer tareas. Explorar nuevos lugares, aprender sobre otras culturas, descubrir qué más podía hacer su magia.

Supuso que, al final, lo importante era que estuvieran juntos, fueran a donde fueran.

Evil grows in meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora