Día 16 - Compartiendo cama

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Tom estaba furioso.

Más que furioso, estaba iracundo, frenético, colérico, y cualquier otro sinónimo que pudiera expresar la ira que sentía. Tan enojado estaba que era un milagro que las mazmorras no se derrumbaran sobre sí mismas. Quería salir y matar. Destruir a esas horrendas criaturas con sus propias manos hasta no dejar rastro de su existencia.

Pero no podía.

No por el momento.

Harry estaba hecho bolita junto a él con la cabeza recostada sobre su pecho y sus manos aferradas al pijama del Slytherin. Tom ya le había quitado los lentes y lo rodeaba con sus brazos apretando lo suficiente para hacerle saber a Harry que no estaba solo, que estaba con él. Que estaba vivo y su alma le pertenecía.

Fue un error del ministerio por el que ya estaban siendo duramente criticados por todos los magos y brujas de Gran Bretaña. No debieron haber mandado dementores a hacer el trabajo de los aurores. No debieron haberlos dejado viajar libremente por el país buscando al asesino Peter Pettigrew.

No debieron permitir que se acercaran tanto a los terrenos de un colegio lleno de menores de edad.

Por alguna razón, Harry había atraído la atención de las criaturas. Tom no sabía la razón, y la única explicación que tenía Snape era que se debía al pasado del chico. Tal vez Harry no hablara de lo que vivió en casa de sus tíos, ni con Tom o Dippet o Snape (o eso creía Tom, Snape sí que parecía saber más del chico que el mismo Tom) pero podían imaginarse el por qué Harry estuvo a punto de convertirse en un obscurus, y si eso no era suficiente para ser un festín de dementores, no sabía qué lo era.

Fue en realidad suerte que los dementores no hayan besado a Harry antes de que los profesores Snape, Dumbledore y Dippet lo encontraran e invocaran sus patronus. Parecían depredadores jugando con su comida, alargando el sufrimiento del chico lo más que se pudiera hasta el borde de la locura para que, cuando ya no hubiera más recuerdos que inhalar, por fin succionaran su alma.

Tom estaba seguro que por la mañana todos estarían como locos buscando al escurridizo adolescente. Harry se había escapado de la enfermería a mitad de la noche, recorrió los pasillos hasta la sala común de Slytherin y, quién sabe cómo, entró directo al dormitorio de tercer año. Tom estaba despierto y escuchó cuando Harry entró, pero no se imaginó que fuera él hasta que Harry abrió de golpe las cortinas y se abalanzó al cuerpo de Tom.

Ni siquiera llevaba su capa, el muy torpe.

Tom tuvo que usar su varita para cerrar y sellar las cortinas, y se acomodó lo más que pudo para poder consolar al menor. Lágrimas seguían recorriendo el rostro de Harry pero sus ojos ya estaban cerrados y parecía que estaba dormido. Sería un milagro si el Gryffindor volvía a salir a Hogsmeade. Es más, Tom no creía que Harry pudiera salir del castillo en absoluto, al menos en un tiempo. Y esperaba, casi rezaba, para que el menor no se encerrara en sí mismo o dejara de hablar.

Mientras tanto, recibiría a su chico en su cama todo lo que el otro quisiera. Lo abrazaría y lo besaría hasta hacerle entender que el pasado ya no lo podía lastimar. Le mostraría que era amado y lo obligaría a usar su magia si era necesario. También tenía que mandarle un mensaje a Snape. Tal vez después de ir por algo de comida.

Merecían morir de preocupación por haber dejado que algo así pasara.

Evil grows in meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora