17. Aventuras en Nueva Orleans

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—Entonces... ¡Edmund fue contigo a Nueva Orleans! —gritó Charlie desde el teléfono.

Estaba sentada en una mesa junto con Edmund cuando él al escuchar a Charlie hizo una mueca de confusión y dijo:

—Por favor Clark, quita el altavoz.

—No tiene altavoz —Edmund se sorprendió y a la vez se asusto. Se levanta con algo de sorpresa y se va a su habitación, no sin antes despeinarme por completo.

Lo miré fijamente y después mi atención volvió a la llamada:

—Charlotte, por favor deja de gritar como una gaviota.

—Auch —fingió indignación—. Perdón pero no lo puedo evitar, Edmund y tú, en Nueva Orleans, un lugar tan hermoso, en una cabaña con tú abuela ¡¿Tú crees que no me voy a emocionar?!

—No hay de que emocionarse, pero bueno... -dije mientras jugaba con mis dedos.

—¡Espera! No has sacado un chiste malo hoy ¿Estás bien? —dijo Charlie en el teléfono.

—Si, sólo que hoy no parece ser mi día del todo.

—¿Alguna razón en particular?

—Andres —dije sentándome en el borde de la puerta de la casa.

—Uh... bueno... no me gusta cuando estás tan seria y apagada ¿Qué vas a hacer hoy?

—Creó que una cena con mi abuela y Edmund, aunque... ¡No quiero cocinar! Estoy demasiado cansada —de solo pensarlo ya me daba cansancio—. Charlie creo que debo irme, voy a estar cortando leña por un buen rato.

—Está bien Esther, disfruta éste día. Dios te bendiga.

—Igual Charlie, adiós —colgué rápido, me abrigue sin pensarlo mucho y fui hasta el cobertizo para cortar leña.

Al agarrar el hacha me estabá arrepintiendo de la idea, aunque... falta leña para la chimenea ¿Debo cortarlo? ¿Espero a Edmund?

Comencé a cortar la leña yo misma, aunque la práctica se había ido casí por completo, aún tenía habilidad. Rato después estaba tan cansada y sin aire, que no lograría soportar un trozo de leña más.

Y... se me ocurrió una idea, ya lo sé, no tengo mucho que hacer. Comencé a caminar hacía la punta de la pequeña colina para después acostarme. Estaba lo suficientemente abrigada como para que nada saliera mal. Solo éramos Dios y yo, contra el mundo. Empece a hablar con Dios en voz alta, tranquilamente. Acerca de diferentes temas, escuela, amigos, todo eso. Me sentía más animada después de hablar con Dios. Ver el cielo azul, a veces me sentía como si el mismo Dios me abrazaba.

Comencé a cerrar mis ojos lentamente, sin percatarme que estaba tan cansada que ¡Me quedé dormida! Vi la hora en mi celular y marcaban las 4:30 pm ¡¿Por qué nada me despertó?! Gracias a Dios no me había congelado, aquí en Nueva Orleans se sentía un poco más cálido que en Boston. Pero aún así estaba temblando un poco.

Me asomé hacia mis alrededores y ví al narnio con un hacha en su mano, cortando leña. Al parecer esa es su actividad favorita.

Él se volteo para verme y me saludo con un gesto en la mano. Yo devolví el gesto, para después poner mis piernas contra mi pecho. Sintiendo la hierba a mi alrededor.

No me había percatado de que el narnio se dirigía hacia mi, no hasta que se acostó a un lado mío.

—¿No te tranquiliza sentir el aire frío pasando por tú rostro? —suspiré y sonreír.

—Si, sólo no busques congelarte está vez ¿Quieres? —lo fulminé con la mirada y él comenzó a reírse—. Perdóname, solo bromeaba.

—Está bien —suspiré—. Sabes, esté clima, esté día, me trae demasiados recuerdos.

El camino de una luciérnaga [Novela Cristiana]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora