2: Caos

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JingYi nunca había entrado en el laboratorio de papá con tantas prisas. Su amigo el gato le había hablado por primera vez y casi no se había ni dado cuenta de algo tan importante. El señor gato era valiente, pero todavía estaba herido. Papá decía que había que dejarlo descansar, pero los fuertes ruidos que se oían desde el piso de abajo... el señor gato debía de estar corriendo por toda la casa para alejar a las cosas feas. Papá se iba a enfadar si rompían algo...

JingYi tenía tanto miedo por lo que le pudiera pasar al señor gato, que ni siquiera se dedicó a jugar con las pociones de papá. Esas que tenía terminantemente prohibido tocar, pero que tenían olores tan ricos y colores tan bonitos. Siempre hacían un ruidito de "plop plop" y "chup chup" cuando las agitaba, eran muy divertidas. Se quedó en la puerta hecho una bolita, esperando a que lo ruidos fuertes, gruñidos, alaridos y bufidos se silenciasen por completo. Estaba a punto de salir cuando recordó las palabras del señor gato. No abrir la puerta a menos que él o Papá le llamasen.

El sonido de su propia respiración era lo único que se escuchaba hasta que comenzaron a escucharse pasos subiendo por la escalera. El señor gato no hacía tanto ruido y Papá nunca tenía pasos tan pesados. Papá probablemente ya estaría llamándolo por su nombre completo. Podía estar prohibido gritar y correr en el receso de las nubes, pero cuando papá quería regañarle andaba deprisa y lo llamaba por su nombre completo en un tono que decía ¡Corre! ¡Problemas! No quería volver a sufrir el hechizo silenciador o volver a copiar las reglas con el tío—yayo QiRen.

Los pasos se detuvieron ante la puerta del laboratorio y JingYi escuchó la risa más aterradora que oyó jamás. Sin saber por qué, simplemente todos los pelos de su cuerpo se pusieron de punta y de inmediato se llevó las manos a la boca. Esa persona no debía averiguar que estaba allí. Se quedó quieto, más quieto que nunca. Como tío-yayo QiRen siempre le había exigido estar y jamás lo había logrado. Se quedó tan quieto que tío-yayo se hubiese sentido orgulloso de él. Aunque el orgullo también estaba prohibido en el receso de las nubes.

La puerta del laboratorio comenzó a temblar y a emitir calor. Como si algo grande y caliente se estuviera estrellando contra los hechizos protectores de la puerta. JingYi se asustó lo suficiente como para ir a esconderse debajo de la mesa de laboratorio, justo entre las plantas de papá. Una vez tocó una que hizo que la piel le picara durante varios días, pero se arriesgaría a volver a tocarla. Eso sí, se cubrió las manos con las mangas, por si acaso.

Cuando la puerta dejó de hacer ruido, la risa aterradora volvió a oírse. Lo siguiente fue un cántico, como un hechizo de los largos que nunca había oído, pero que había visto hacer a los mayores a veces. JingYi se acurrucó entre las plantas. Si algo hacía "¡kaboom!" estaría mejor si no le daba. Y por lo visto, la puerta era lo que iba a hacer "¡kaboom!". 

O eso parecía, hasta que escuchó un bufido profundo seguido de alaridos que interrumpieron el cántico. ¡El señor gato había vuelto! Y con él un montón de ruido y gritos. Quien fuese el señor, era un maleducado. ¡Tío-yayo lo pondría a copiar las reglas hasta que se quedase sin manos si le llegaba a oír decir todas las cosas feas que le estaba diciendo al señor gato!

JingYi se tapó las orejas con las manos y se quedó quieto hasta que el ruido se detuvo. Cuando nada se escuchaba, incluso sin las manos tapando los oídos, movió las macetas sin hacer ruido para salir de debajo de la mesa y acercarse hasta la puerta. Se quedó quieto mientras oía como algo se arrastraba por el suelo. Después la voz del señor gato lo llamó. Con cuidado JingYi abrió la puerta sólo un poquito, lo suficiente para dejar entrar al señor gato, al que cogió en brazos y cerró la puerta corriendo. 

¡El señor gato volvía a tener un montón de heridas!

Por suerte sabía dónde papá tenía la caja de las medicinas. Papá siempre tenía preparado un ungüento que olía muy bien, que hacía que todo dejase de sangrar. En la estantería siempre había una caja blanca. La usaba mucho con él, sabía cómo usarla. Se subió al taburete y la cogió. En cuanto la dejó en el suelo, la abrió y comenzó a sacar todos los tarros hasta encontrar el adecuado, comenzó a cubrir las heridas del señor gato y lo envolvió con una venda. El señor gato respiraba con dificultad, pero se dejó hacer sin decir nada. 

Al otro lado del vínculo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora