Día 10: Confesión borracho

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— ¡Salud! — Siete jóvenes brindaron haciendo chocar sus copas. El cálido ambiente hogareño rodeaba a todos y contagiaba sus corazones de tranquilidad y esperanza, aquella que creyeron perdida hace tantos años que les era imposible recordar la última vez que se despertaron con la motivación de un nuevo día de estar vivos.

Todos habían sufrido tanto desde temprana edad, tomando decisiones que creían nadie debía tomar, mucho menos alguien joven y con mucho por vivir. Pero ahora no estaban reunidos por eso, estaban compartiendo un momento de alegría y celebración. Después de una gran pelea para derrocar a su malvado jefe donde casi morían y después de meses peleando a diario sin descanso para destruir aquel imperio cruel basado en el dolor ajeno y la venta de sustancias nocivas con la promesa de hacer olvidar ese dolor, finalmente podían ver los frutos de su esfuerzo.

Habían librado a Nápoles de las drogas.

Podían decir que su logro era algo seguro y ahora debían esforzarse en mantener la situación así y poco a poco expandir esta liberación al resto de su país que amaban tanto y por ello luchaban.

Para muchos un logro de esta inmensidad se debería celebrar con un gran banquete en el restaurante más lujoso que pudiese existir y con las comidas más elegantes y costosas hechas por los mejores chefs del país y después una fiesta con tantos invitados que podrían acabar con el lugar del evento. Sin embargo, ellos no querían nada de eso, su deseo era una comida casera únicamente con la compañía de su pequeña y confiable familia.

Desde temprano todos se habían levantado para llevar a cabo esto, fueron de compras por ingredientes, a la biblioteca por un libro de cocina y otro de postres y juntos se dedicaron a cocinar todo lo que ahora podían disfrutar. Cocinar fue divertido, hubo peleas -nada grave- y risas en todo momento, incluso si uno de los platillos se quemó no fue algo que realmente importase. Todo era casero y hecho con amor.

Bueno, casi todo.

Si bien preferían la comida hecha por ellos mismos había algo que no podían hacer; la bebida. En este caso el vino. Cuando fueron de compras se encargaron -guiados por la batuta del mayor del grupo- de comprar tantas botellas de vino que no sabrían si podrían ser capaces de acabar con ellas esa noche. Se esforzarían.

Después del choque de copas del brindis todos bebieron hasta el fondo el vino sin dejar más que un par de gotas. Todos con excepción de Giorno, cosa que se hizo notar ya que su copa era la única que seguía intacta.

— Amigo, Abbacchio ya se tomó una botella él solo y tú no puedes ni acabar tu primera copa. — Comentó Narancia ignorando un sonido de ofensa por parte del nombrado.

— A decir verdad nunca he tomado. — Respondió el rubio viendo a su amigo.

— Debes estar bromeando. — Rellenó su propia copa de nuevo. — Eres el jodido jefe de la mafia, ¿y nunca has tomado? —

— Narancia, no lo molestes. — Dijo Bucciarati, no como un regaño, simplemente no quería que el chico se incomodara.

— Está bien, tiene razón. — Giorno acercó la copa a sus labios. — Como jefe estoy seguro que me invitarán a eventos donde tenga que tomar, lo mejor sería acostumbrarme al alcohol lo más pronto posible. — Antes de dar el tragó una mano sobre su boca le detuvo de tomar.

— Hagámoslo bien. — Le dijo Mista retirando su mano y levantando su propia copa. — Un brindis, por Don Giovanna. —

Giorno lo observó por un momento y después de asentir chocó la cristalería con la de Mista para brindar y finalmente beber el tan costoso vino que resultó gustarle bastante su sabor.

Así la cena transcurrió, comían entre conversaciones, risas, discusiones y comentarios para felicitarse entre ellos por lo bueno que les había quedado todo y decidiendo hacerlo más seguido, aparentemente les gustaba cocinar, cosa que nadie había adivinado que era así antes de esto. También había chistes y burlas inofensivas, sobre como todos veían a Bucciarati como alguien perfecto pero que al final resultó ser el peor en la cocina.

GioMis Flufftober 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora