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Kengkla apareció en la comodidad de su casa, una propiedad construida lejos del palacio de su padre. Tul no era malo, pero siendo el hijo del medio, y el único que subsistía de pactos (los cuales hacía con escasez) había hecho que se tornado algo sobre protector.

Así era, Can era el mayor, quien después de dos pactos rotos y un hijo, al final había encontrado su otra mitad en la tercera pareja. Tin no era un chico malo, siendo humano había formado un pacto con Can a cambio de salvar a su hermana enferma con una enfermedad terminal. Can logró el milagro y Tin pagó su parte convirtiéndose en la pareja de Can. Increíblemente, todo salió más que bien. Hasta crió el hijo que la anterior pareja había dejado (Una maldita que al dar a luz decidió arder en las llamas del infierno).

Por otro lado, estaba el menor: Ae. Él había sido el más afortunado de todos. Encontró su otra mitad en el primer pacto que hizo.

Pero Kengkla era distinto. Él odiaba los pactos y la idea de encontrar a una pareja de esa manera. Ser un demonio de primera categoría, hijo del Rey, no era fácil. Y su manera de hacer pactos tampoco.

¿Cómo encontrar una persona que le complemente cuando se encarga de desvirgar personas?

A lo largo de sus años nunca se había quejado. Era como obtenía años de vida, pero siempre se negaba rotundamente a hacer pactos más de lo necesario. Por eso estaba en las condiciones que estaba. A un poco menos de un año en morir.

Siete pactos tenían en sus haberes. Seis cumplidos. Uno en proceso.

Ofuscado, porque los sentimientos de Techno aún estaban al rojo vivo sobre él, caminó hasta su habitación y encendió la luz color rojo que alumbraba su cuarto para luego tirarse a la cama.

Sus cuernos estaban donde debían, al igual que su ropa, pero su respiración estaba más que agitada. Ahora que estaba solo, tal vez lograra aclarar un poco más las cosas que siente.

Pero el dolor no se iba.

Y no sólo era el dolor de Techno impregnado en su pecho. No. Sino que también el suyo. De verdad él estaba sintiendo dolor. Era su pecho el que dolía, por su propios sentimientos. Y no era un dolor liviano, era fuerte, hiriente y terriblemente doloroso.

Sus ojos se cerraron y vagó por recuerdos lejanos, recuerdos junto a sus padres y su hermano mayor que acaba de cumplir los 20 años, edad donde su crecimientos, si lograba pactos, se detendría, edad que indicaba que estaba listo para buscar su primer pacto. Kengkla apenas tenía 16.

Can se encontraba enojado, Kengkla lo sabía por la posición de sus cejas, los puños cerrados y sus nudillos blancos. No debería de estarlo, era adulto, iría en busca de su primea tanda de años de vida por él mismo sin depender de sus padres. Kengkla, en su cabeza, no lograba entenderlo, pues ansiaba ya llegar a los 20 años y ser independiente.

Tul también estaba enojado, eso estaba claro por la mirada roja que irradiaba.

—De los tres, eres el que tiene el pacto más sencillo. Sólo uno y ya no tienes que andar haciéndolo. —Gritó el Rey a su hijo mayor.

Can sacudió la cabeza. Kengkla intentó prestar más atención, buscando entender por qué su padre y su hermano peleaban. La mano de su madre se sujetó con fuerza sobre sus hombros.

— ¿Cómo puedes decir que es el más sencillo? —Preguntó Can, y Kengkla se dio cuenta que desconocía el pacto de su hermano mayor—. Alguien debe sacrificarse por otro. ¿Quién en su sano juicio pensaría en otro en vez de en uno? Y en caso de hacerlo, está el pago. No sólo él se vende a mí, yo me debo unir a esa persona. Lo dice el pacto. Yo salvo a quien el humano desee, a cambio, el humano se convertirá en mi pareja. ¡Pareja!

Pacto con un Demonio [Klano]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora