Capitulo 5

228 15 0
                                    

Cuando el sol daba paso al mediodía Diana salió del portal de su casa, vestía muy simple, pero a la vez elegante, llevaba puesto una falda ligera de color roja, una blusa de color negro y una chaqueta de cuero, como zapatos unos tacones del mismo color de la blusa, en su mano llevaba una carpeta llena de libretas y libros, un lápiz en el pequeño bolsillo de la chaqueta, me fijé que también llevaba unos pendientes en forma de hoja, no podía distinguir su material, pero eran de color rosa pálido.

Tras cerrar la puerta de su edificio comenzó a caminar para el lado izquierdo, dirección que la alejaba de mi posición, me preparé, cogí mis armas, salí del vehículo.

—¿A dónde vas? — preguntó Johnson medio dormido.

—Voy a seguir a nuestro objetivo, tú quédate aquí vigilando, volveré pronto.

Aceptó sin oponerse, yo me aproximé poco a poco a la chica, disimulaba de vez en cuando para no dar lugar a sospechas, nos detuvimos ambos en un semáforo con la luz roja en ese momento, me posicione por su lado derecho, no la miraba directamente, pero analizaba cada movimiento suyo, de vez en cuando me miraba de forma tímida, al estar cerca de ella noté que olía a perfume de vainilla, muy agradable por cierto.

Por fin el semáforo se puso en verde para los peatones, ambos cruzamos de forma paralela, la adelante adrede antes de llegar a un edificio parecido a una biblioteca, cuando me alcanzó le abrí la puerta amablemente, acto agradecido por una voz suave y dulce.

Ella subió dos plantas a través de las escaleras, pero yo me detuve en la primera, para no dar a entender que la espiaba.

Allí me dediqué a mirar libros de forma curiosa, tras unos minutos decidí subir a donde estaba ella, me senté a tres de mesas de ella, pero de frente, para poderla observar.

Yo intentaba evitar mirarla directamente, pero por alguna razón no lo conseguía y mi mirada se fijaba constantemente en su rostro, bello como solo las constelaciones lo pueden ser.

Entonces nuestras miradas se atravesaron, ambos mirábamos a los ojos del otro, sin hablar, sin hacer ningún movimiento, la luz del ambiente se intensificó, el paso del tiempo se ralentizó, el sonido de las pisadas, del murmullo, del fotocopiar, del pasar de las páginas, todo se silenció, solo nuestras miradas eran las protagonistas de aquel momento, solo ella y yo éramos los partícipes de aquella extraña y delirante sensación.

Pero la vergüenza detuvo todo, ambos nos sonrojamos, nos reímos por dentro, yo seguí mirando las páginas del libro que delante mía se situaba.

Entonces ella decidió sentarse a mi lado, yo incrédulo no sabía qué hacer, solamente una sonrisa se atrevió a salir.

—¿Cómo te llamas?— ella decidió romper el hielo.

—Duvan ¿Y usted?

—Diana, no me trates de usted, no seas tan formal, puedes tutearme— ambos nos sonreímos— y que lindo tu nombre, nunca lo había oído ¿De dónde procede?

—Según me dijeron mis padres es celta, el tuyo también es bonito.

—Bueno, yo lo considero normal, pero gracias por tu piropo.

—No se dan.

—¿Y eres de aquí?— dijo mientras se tocaba el pelo cuidadosamente.

—No, nací en Colombia, luego me vine aquí.

—Que bien, me gusta ese país, tengo gente conocida procedente de ese mismo lugar— cuando hablaba sus labios se movían de forma provocadora, capaz de enloquecer a cualquiera que los veía, su voz se asemejaba a la de los ángeles. Pura melodía que enternecía mi corazón.

Sonó su móvil, lo cogió tras decirme disculpas, yo mientras me intentaba relajar, cuando terminó de hablar empezó a recoger sus cosas.

—Ha sido un placer hablar contigo Duvan, toma mi número de teléfono, háblame por favor, hasta luego.

—Lo mismo digo, te hablaré sin tardar, cuídate— y nuestras miradas se volvieron a cruzas, pero con una sonrisa se dio la vuelta para salir de allí, me sentí solo, algo que no había sentido anteriormente.

Volví a mi asiento, pero me percaté de que se había dejado la chaqueta, la cogí y salí corriendo para dársela, por suerte no se había alejado mucho, solo había bajado las escaleras y cruzado el paso de peatón.

—¡Diana!— grité.

Ella se dio la vuelta, cruce con el semáforo en rojo y le di la chaqueta, ella sonrió alegremente, me lo agradeció, se dio la vuelta y se largó por el mismo camino por el que habíamos venido.

Yo volví al coche por otro lado, personalmente estaba confuso, mis deseos no se aclaraban, una parte de mí no quería matarla, pero no le di importancia.  

El arte de matar y de amar II (ORIGINAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora