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Lo llevaron a una bodega abandonada a las afueras de Seúl.

Cuando Jungkook bajó del auto su padre estaba ahí, mirándolo con una expresión suave que le produjo náuseas. Levantó la barbilla al verlo acercándose, y un nudo de ansiedad se le arremolinó en el estómago haciendo que se sintiera enfermo.

—Hijo —el mayor susurró. Le dio una mirada rápida a los hombres que lo custodiaban para que lo soltaran. Sabía que Jungkook no iba a hacerle nada, y es que ni siquiera se atrevía a dejarse tocar por él. Lejos de sentirse herido, una mueca divertida se cruzó por su rostro—. ¿Qué sucede? ¿Estás molesto?

Ojos entrecerrados lo fulminaron en respuesta, era increíble que estuviese preguntando eso. Era todavía más increíble que Jungkook hubiese esperado verlo arrepentido.

—Eres un maldito asesino —escupió con un leve temblor en su voz, su expresión pasaba de la rabia a la  incredulidad por la falta de emociones en quien creyó un gran hombre durante toda su vida—. ¿Cómo puedes estar tan tranquilo después de todo lo que has hecho? ¿Qué clase de psicópata eres?

JiGong se alejó con un bufido ruidoso. Sacó un cigarrillo y lo encendió mostrando calma perturbadora. Le dio algo más de tres caladas, soltando el aire cada tanto mientras veía el cielo despejado. Se sintió irritado cuando de reojo captó la mirada que su hijo le estaba dando, esa mirada llena de decepción. Como si tuviese derecho a sentirse decepcionado después de todo lo que le había dado.

Tiró el cigarrillo y lo piso observando como las cenizas manchaban el asfalto de negro.

—Se llama hacer negocios, Jungkook —explicó usando un tono condescendiente, como quien le hablaba a un niño, a un niño estúpido—. ¿No lo has disfrutado todo este tiempo? —Acercó su rostro al del menor dejando ver sus dientes blancos en un intento de sonrisa—. ¿No te gustaba alardear del dinero y apellido Jeon? Vamos, hijo, no seas un hipócrita.

—¡No sabía de donde venía! —vociferó Jungkook angustiado, la garganta se le cerró mientras esas palabras calaban su cabeza. Se recordó orgulloso de su descendencia, presumiendo a su padre a todo el mundo y sintió un profundo dolor en el pecho—. De haberlo sabido estarías en la maldita cárcel. —Tragó con dificultad dando algunos pasos hacia el mayor—. O quizás muerto, pagando lo que has hecho.

JiGong levantó la comisura de su labio con burla, giró sobre sus pies mirando a sus escoltas en guardia a la espera de indicaciones. Soltó una risa seca mientras palpaba el arma en su chaqueta de seda de diseñador, la sacó para observarla con detenimiento y entonces una risa siniestra se coló por sus labios.

—¿Quieres decir que alguien como tú podría usar una de estas, pequeño?

Apretando la mandíbula, Jungkook replicó con fuerza:

—No me subestimes. —Resopló intentando deshacerse de su propia consciencia dudando de sus palabras—. No sabes de lo que soy capaz ahora mismo. ¿Soy tu hijo, no?

JiGong hizo una mueca asintiendo varias veces. Giró de nuevo, paseándose por el lugar sin ningún rastro de algo que no fuera diversión. Observó a los más de diez escoltas repartidos en lugares estratégicos: cinco o seis en la entrada; dos en el ventanal delante de ellos, uno y uno repartidos en las esquinas y finalmente dos a unos pasos de ellos. Se acercó al más joven, quizás unos treinta y algo más. A quien más había disfrutado aquel día, había visto su rostro enfermo deleitándose. Le sonrió, le quitó el arma antes de sujetarle de la camiseta perfectamente planchada. Demasiado para alguien que posiblemente iría a matar si se lo ordenaba. Lo dirigió frente a Jungkook a pasos rápidos.  

—Demuéstralo, entonces —dictó Jeon Jigong con voz extrañamente suave, sus ojos se volvieron emocionados cuando Jungkook le frunció el ceño, desconcertado—. Mátalo.

The Truth Untold. [Kookv] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora