Capítulo 2

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En cuanto Ángel me deja frente a mi casa, le pido que se vaya, porque no tengo ni idea de lo que va a pasar, pero sin duda no quiero que el mejor amigo de mi novio sea testigo.Cuando lo veo lejos me volteo y lo primero que noto es a Mami que me mira desde la puerta.

Papi sale un ratico después desde el patio, pienso que quizás... no, en realidad no pienso, porque inmediatamente llega hasta donde mí, me da tremenda trompada.

Mis hermanos salen corriendo y me lo sacan de encima, pero aun así magulla mi rostro lo suficiente. Me pega como si fuera un hombre* y lo peor es que no puedo defenderme, porque es mi papá. Nunca me había pegado, ni siquiera una vez, siempre había hecho lo posible por no portarme mal, por eso me gané la fama de la santa, o la santurrona en el barrio. Su actitud me rompe el corazón.
¿Darme golpes? ¿Cómo si yo fuera un animal*? ¿A su propia hija? Pues sí, eso es completamente posible.

—¡Hija de la gran...! —Me insulta a diestra y siniestra, maldiciéndome de paso, y soltando improperios sin control, aún luego de que mis hermanos lo separaran de mí. Mami se limita a mantenerse al margen y mirarme con furia como si mereciera los golpes de mi padre, las maldiciones las acepto, pero, ¿Los golpes? Toco mi ojo magullado y no tengo ánimos ni de levantarme del piso—. Rastrera, ¿En eso es que tu andas en la calle?

—Papi —interviene Alberto Miguel, y me percato de que Gertrudis llora en una esquina, me mira culpable y siento la opresión de la traición en mi pecho. Les dijo, les contó que estaba embarazada.

—¿¡Qué papi, ni papi!? Suéltame, que la voy a matar

—Papi, vamos adentro para hablarlo

—¿Qué hablarlo, tú crees que era hablando que ella estaba cuando quedó preñada? No.

Me levanto y camino lejos de ellos directo a la carretera, debo salir de aquí antes de que mi padre cumpla su amenaza. Es entonces cuando veo una maleta en manos de mi hermano menor, Lisandro.

—Tía viene a buscarte en un par de minutos, así que, quédate ahí esperando. Vamos hacer lo posible por aguantar a papi en la casa en lo que ella llega.

—¿Tía Flor?

—No, tía Juana.

¡Juana! ¡No, por favor, prefiero quedarme en casa y que mi padre magulle mi rostro todo lo que quiera! Pero no tengo opción ni puedo exigir, necesito una escapatoria.

En cuanto tía llega, las manos me empiezan a temblar descontroladamente, temo que su marido esté con ella. Por suerte, ella lo confunde con los nervios de haber sido golpeada y entra mi maleta en el baúl*. Nos subimos y me alivia mucho saber que él no está ahí.

—¿Hace cuánto que tu estas preñada?

—Tengo como dos meses

—Te voy a llevar donde una ginecóloga que conozco.

Suspiro, no tengo ánimos de responder.

Aun proceso todo lo que acaba de pasar. Jamás imaginé, que de todos los hijos de mi padre, precisamente a mí me metiera el puño*. Pensé siempre que vería esa escena con Alberto Miguel, o con Lisandro. No conmigo, su "niña predilecta" como me presumía con los pocos amigos que le quedaban.

—Tu papá reaccionó muy mal, dejame decirte, él no debió haberte hecho eso.

No, no debió. Así como muchas cosas en mi vida tampoco debieron pasar.

Llegamos al apartamento de mi tía, situado cerca de uno de los grandes supermercados* de Santiago. Subimos a una tercera planta*, y entonces el terror, la inseguridad y el asco de nuevo se anidan en mí.

Si Las Rosas Se Marchitasen #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora