23. Mudanza

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Desde que nacieron dieron pasos juntos; transitar por la adolescencia fue menos horroroso de lo que imaginaron gracias al otro. Hubo peleas, discusiones, uno que otro malentendido y sobre todo, hubo mentiras. No entre ellos, pero sí con sus amigos, y peor aún, con su familia.

Se fueron tardes de pláticas y paseos en secreto, noches de desvelo y mañanas donde la vergüenza era su desayuno al compartir la mesa con sus padres. Por supuesto, conforme avanzaban los meses las cosas empezaban a ser preocupantes. Pero como no había nada imposible para los "Gemelos Misterio", aprendieron a sortear cada pregunta que les hacían sus padres, cómo evadir las engorrosas citas que les arreglaban sus amigos para ellos. Y siempre tener tiempo juntos, aunque fuera diez minutos cada noche para un silencioso beso secreto.

Pero ese otoño dieron un paso adelante.

Cuando entraron al pequeño departamento no pudieron evitar sonreír al soltar sus maletas en el suelo. Abajo los esperaba el viejo coche de Stan repleto de cajas, bolsas y pequeñas maletas cargadas con su ropa, libros, adornos y algunos obsequios que recibieron con los años. El sonido de la puerta al cerrarse sobresaltó un poco a Dipper, pero al voltear, vio a Mabel sonriendo. Siempre aquella bella sonrisa que tantas veces lo hacía sonrojar.

—¿Emocionada? —preguntó.

Mabel contestó arrojándose a él, sujetándose a su cuello y cruzando las piernas por detrás de su cintura, capturándolo con un beso. Un beso cargado de amor y emoción por ya no hacerlo a espaldas de la gente.

—¡Mucho! —gritó apretándolo con más fuerza—. Este lugar es nuestro, ¡me encanta estar contigo!

—¡Y a mí contigo, Mabel!

Sin soltarse las manos, contemplaron su pequeño espacio. Orgullosos de sí mismos, emocionados de empezar su propia vida juntos. Incluso así, seguían sosteniendo una pequeña mentira; temas de estudios, aunque no estaban muy lejos. Y aunque sus trabajos apenas les daban lo suficiente para su renta y comida -sin olvidarse de Pato, por quien irían al día siguiente- debían esperar un poco para poder comprar algunos muebles.

Sin embargo, un pequeño secreto, el primero que compartían de su nueva vida, era que ya no necesitaban dos camas ni dos habitaciones. Mabel guio a Dipper hasta la pequeña recámara que compartirían, una cama matrimonial los esperaba. Ya después podrían bajar al auto por las cosas que faltaban.

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