21. Pelear y disculparse

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Llegado a este punto, muchas de las cosas que les disgustaban del otro salieron a la luz. No era sólo que Dipper dejara su ropa sucia en el suelo todos los días, o que Mabel hallaba nuevas formas de ser irritante. Las cosas empezaron a avanzar a gritos, gruñidos y, aunque ninguno de los dos lo daba a notar, una pequeña lágrima de la impotencia.

—¡Eres una tonta! —le gritó Dipper de forma agresiva, sus ojos estaban poniéndose rojos y su garganta seca.

—¡Deja de decirme tonta, comelibros tarado!

Por supuesto, había muchas palabras que nunca se atrevían a decirle al otro en sus peleas, pero conforme pasaban los segundos, los dos olvidaban el motivo de estarse gritando de forma tan escandalosa. O bien, no era que lo olvidaran, más bien, se buscaban una excusa. Y esas excusas a veces tenían nombre de personas ajenas a ellos dos.

—¡Rayos, eres tan insoportable! —las palabras de Dipper apenas le salían por su mandíbula apretada. Fue en el momento de ver una lágrima asomarse en sus ojos cuando Mabel decidió sobrepasar esa línea.

—A veces quisiera que no fueras tan idiota.

—¿Yo idiota? ¡Fuiste tú la que arruinó mi tarde con Michelle!

—¡Igual que tú la mía con Dan! —Mabel no resistió el impulso de jalarse el cabello—. Agh, estoy harta de discutir contigo.

Dicho eso, Mabel salió de la casa dando un gran portazo, aunque Dipper la vio trepando hasta su casa del árbol en el jardín. Entonces él se dio un momento para respirar y sentarse en las escaleras. Sí, esos motivos iban escalando. A veces eran tareas que Dipper no quería compartir, otras eran Mabel sin avisarle que faltaría a la escuela o que saldría el sábado a una fiesta. Entonces empezaron a salir con personas y esos motivos personales se volvieron más serios; pensando en eso, Dipper miró los mensajes de su celular y se dio cuenta de que Michelle le invitaba a otra cita. No respondió por el momento.

En cambio, ordenando sus pensamientos, salió para ver a Mabel en la casa del árbol. Ella estaba sentada en su sillón puff, con la mirada perdida hacia el vecindario y el cielo que poco a poco empezaba a nublarse. Iba a hablar, pero Mabel le ganó la palabra.

—Lo siento —dijo ella sin voltear— a veces hago tonterías, sobre reaccioné... lo siento, Dip.

—¿Por qué es tan difícil? —preguntó él.

—¿Qué cosa?

—Ya sabes... esto.

—Ah... no lo sé.

Hubo silencio, una leve lluvia empezó a caer y la luz de los relámpagos iluminó su pequeño escondite. Ninguno de los dos se atrevía a decirlo, pero verlos con otra persona les molestaba un poco, y esa molestia empezaba a escalar muy gradualmente hasta culminar en una pelea. Peleas que se volvían constantes, se volvían agresivas, y en otro de esos secretos que tenían, y el cual los hacía sentir como una basura, tenían envidia de sus citas.

¿Envidia? Sí, alguien más estaba llevándose esos momentos, pequeños instantes que se sentían culpables de querer vivir con el otro. Dipper se quedó sentado en la pared detrás de ella, pensando en todo el revoltijo de emociones y pensamientos que era su cabeza en ese momento. Al final del día, por mucho que se torturaban con esas ideas, sólo quedaba disculparse.

—Yo también lo siento —dijo Dipper con un gran tono de culpa, y no tanto por su discusión de hace un momento— no sé cómo reaccionar con esto. A veces... me siento raro. Sólo eso. No sé si lo entiendas.

—Lo entiendo —contestó Mabel, volteando por fin, Dipper se sorprendió del par de manchas de lágrimas resbalando por su mejilla—. Supongo que es igual, sólo no sé cómo decirlo, Dip. No pensé que fuera tan difícil.

Los dos se quedaron mirando, no dijeron nada, simplemente se acercaron a abrazarse. Un abrazo que ya no sabían cómo sentirlo, pero ambos, en su mente pensaban una cosa: estaban enamorados, y no sabían cómo decirlo. No había forma de hacerlo.

La lluvia empezó a caer.

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