Dipper tenía un problema con los perfumes. Los aromas envasados le desagradaban bastante, en especial esos desodorantes que sus tontos compañeros de clase se esmeraban en hacer pasar como una loción o un perfume y rociaban no sólo por el gimnasio, sino también en el aula. Aunque claro, había aromas que le gustaban.
Las flores, por poner un ejemplo, incluso con sus alergias le encantaba oler las rosas e incluso los girasoles -aunque sólo Mabel sabía esto- porque su problema eran sólo los perfumes que salían en comerciales, catálogos y que le ofrecían en muchos locales del centro comercial, y aunque Mabel era un poco más abierta a usarlos, el hecho de que ella los usara en casa, por mucho que fuera en muy contadas ocasiones, lo volvía más tolerable, aunque no sabía cómo definirlo.
No era como la lavanda que usó Pacífica aquella vez que salieron a cenar, tampoco como el aroma a menta y pinos que manaba de Wendy cuando salían a pasear por ahí. Tampoco el dulzón aroma del perfume de Candy -el cual tampoco sabía definir- y así pasaban muchas esencias en su día a día, pero la de Mabel cuando estaban en casa era bastante diferente.
Como Dipper lo pensaba, quizá fue una de las cosas que tanto le gustaba de ella, y la miraba por largo rato tratando de descifrar qué era lo que componía la dulce esencia de su gemela. Una mezcla de flores, dulces, alegría... algo que se le escapaba. Mabel lo miró por el espejo mientras se peinaba, no pudo evitar sonreír.
—¿Qué pasa, Dip? —preguntó sin dejar de cepillarse su rebelde cabellera.
Las palabras trastabillaron un poco en la boca de Dipper, pero al final lo dijo.
—¿Qué perfume usas?
Mabel alzó una ceja, interesada por la pregunta.
—Es que... bueno, me gusta mucho.
Las mejillas sonrojadas de su gemelo, e incluso la pregunta le hizo sentirse halagada. Porque Dipper tenía un problema con los perfumes... excepto con el suyo. Mabel se volteó y se agachó hasta donde él estaba sentado, pegando su nariz a la de él y poniéndolo un poco incómodo le respondió en un susurro.
—Yo no uso perfume.
Y luego le dio un beso corto en la mejilla, más específico, en la comisura de los labios, dejándole un rastro de su brillo labial sabor a fresas. Mabel fue hasta la puerta de su habitación, aunque antes volteó para dirigirle una sonrisa y extenderle la mano.
—¿Vamos al centro comercial?
Dipper asintió, embobado por el gesto de Mabel, y aunque también le desagradaban los perfumes que le ofrecían en las tiendas al pasar, estaría cómodo en tanto estuviera con ella, ensoñado con el perfume de Mabel.
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Momentos
RomancePequeñas o no tan pequeñas historias románticas entre la relación de Dipper y Mabel. Porque cada momento es especial, y lo prohibido lo es más. (PINECEST FLUFFTOBER)