18. Abrazo

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Había días difíciles, días en los que Dipper se jalaba el cabello, se limpiaba el sudor de la frente y miraba al cielo preguntándose por qué a él -y precisamente a él- que era tan introvertido, le pasaban cosas tan...

Ni siquiera pudo encontrar una palabra para definir lo atrofiada que su mente estaba en ese momento. Sólo se dejó caer en el sillón de su casa, resoplando con un poco de desesperación y con una leve jaqueca; desde la cocina se escuchaba la sartén, el sonido de los platos y cubiertos, y un delicioso aroma a carne se coló hasta su nariz. Aunque estaba demasiado pensativo para notar la presencia de su hermana, que lo miraba con curiosidad.

Mabel estaba a punto de saludarlo cuando vio su aspecto decaído, su mochila puesta de forma descuidada en el salón y su mueca en la boca mientras se frotaba las sienes. La introversión -y a veces lo bocón- le jugaban en contra cuando trataba de relacionarse con otras personas, ella lo sabía mejor que nadie.

En ciertas situaciones era lindo verlo atorarse con sus palabras y en su torpe intento de parecer extrovertido, como cuando salió con Wendy y sus amigos por primera vez hace años, pero sabía cuánto le costaba.

—Anímate, Dip Dip —le dijo acercándose a él desde atrás—. Mañana el sol saldrá de nuevo.

—Sí, eso pasa todos los días —contestó con voz ronca, Mabel casi pensó que el llanto le quería salir, pero ya hablarían de eso más tarde.

—Esto también.

Sin previo aviso y aprovechando que el cuerpo de Dipper estaba suelto, ella lo levantó para estrecharlo en un fuerte abrazo que logró sacarlo de su tristeza. Ese aroma de Mabel, una dulce mezcla entre golosinas, suavizante de tela y una loción de la cual siempre olvidaba el nombre, logró transportarlo por un momento lejos de ahí. Una lágrima murió en sus ojos al ser reemplazada con una sonrisa y entonces correspondió al gesto, acariciando su cabello.

—¿Ves? Eso también pasa todos los días —siguió diciendo— y nunca veo que te quejes, bro. Anda, ven a cenar. Hablamos al rato.

Mabel caminó de regreso a la cocina, su madre había empezado a llamarlos para sentarse. Dipper sonrió con un deje de tristeza que era lentamente suplantada por felicidad, a veces tenía miedo de defraudarla, y al mismo tiempo, quería ser un poco como ella. Por el momento, dejó salir todo con un suspiro y caminó detrás de ella, estando muy seguro de algo.

Un abrazo cura más que un paracetamol.

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