10. Confesión borrachos

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Mabel salía a fiestas, se divertía en compañía de sus amigas; mientras que Dipper era más un bebedor de clóset. Claro, solía salir a tomar unas copas con algunos amigos, pero no eran ni de cerca reuniones o lugares tan ruidosos como las que acostumbraba Mabel.

Como siempre, ahora estaban juntos, lejos de todo en un sitio donde podían ser ellos mismos: Gravity Falls. Y el rostro de Mabel al mirar aquel árbol en medio del bosque no tuvo precio, Dipper se guardó su diario con mucha satisfacción.

Un árbol de ramas secas con aroma a whiskey, con cara sonriente, algo tenebroso pero que no inspiraba un mal presentimiento. En sus ramas, colgando como manzanas maduras, había nada más y nada menos que botellas de cerveza. Cerveza helada, como recién sacada de la nevera. Como niños en juguetería, entre risas no dudaron en tomar una botella, y luego otra, y otra, y otra.

Una, dos, tres, cuatro jarras de cerveza fueron las que consumieron, o al menos eso calculó Dipper antes de empezar eructar como loco. No hablaban de refrescos ni de agua con limón, su organismo pedía a gritos más alcohol. Y en una de esas charlas de borrachos que no tenían muy a menudo salieron varias cosas a flote; gustos, disgustos, compañeros de escuela, parejas y demás. Los dos gemelos descansaban al pie de ese sauce, quien bajando sus ramas les preguntaba cada vez que su botella se vaciaba:

-¿Una más, chicos? -preguntaba meciendo sus ramas frente a ellos.

-¡Muchas gracias! -exclamaron los gemelos al tomar otra.

Las botellas estaban regadas por todo el suelo, pero no les importaba. El crepúsculo descendía y los dos descansaban su cabeza en la del otro.

-¿Sabes? Extdañaba esto -dijo Mabel, con tono soñoliento- hace tiempo que no salíamos tú y yo nada más, Dipped.

-Yo también, Mabel -de pronto el semblante de Dipper decayó y ella pudo notarlo.

-¿Pasa algo, hemano? -los dos se empezaron a reír al escuchar -un poco tarde- cómo les empezaban a salir las palabras incompletas.

-Ya no me entda más cerveza, me madeo -dijo Dipper.

Dipper se levantó zigzagueando como un típico borracho y no aguantando más la vergüenza, de una arcada dejó salir toda su comida de hace unas horas. Mabel soltó la carcajada, ganando una vez más al no vomitar nada.

Al regresar, el árbol le tendió otra botella más, y Dipper la tomó sin oponerse, usando un trago para enjuagarse, cosa que terminó por hacer reír mucho más a Mabel. Eran esas ideas que parecen buenas cuando estás hasta el tope. Luego se sentó de nuevo junto a ella, quien abrió otra botella.

-Leí un día que beber te mata -comentó Dipper agarrándose el estómago.

Podeso ya no leo! -contestaba Mabel, poniéndose roja de tanto reír.

Cuando los dos detuvieron sus risas ya era de noche. El árbol encendió las puntas de sus ramas para darles un poco de luz, y por supuesto, más bebida. De pronto, Mabel sujetó la mano de Dipper, llamando su atención. La sonrisa de su gemela había desaparecido, la botella descansaba entre sus piernas y tenía cerrados los ojos.

A este punto, Dipper ya no supo si su hermana mecía la cabeza con el ruido ambiental del bosque, o era él a quien todo le daba vueltas. Luego lo volteó a mirar, sus ojos estaban entrecerrados y su vivaz color verde tenía un tono llamativo, provocador, como pocas veces la veía, pero hasta la fecha seguía pensando que era su imaginación. Las mariposas regresaron a su estómago... o tal vez más de su cena, no lo supo bien.

-Me alegra que hiciedamos esto -Mabel acercó más su rostro, y su voz se volvió por un momento la de alguien sobrio-. Sólo así puedo decidlo.

No hizo falta que ella terminara de hablar, Dipper simplemente soltó su cerveza y con ambas manos la tomó por el rostro para besarla, y de inmediato ella le pasó los brazos por detrás de la cabeza para profundizar el beso. Besos con aliento a alcohol, a deseo, a algo moralmente incorrecto, pero que ansiaba salir de sus mentes desde hace tiempo. Gravity Falls era el lugar, y ese árbol su único confidente, ¿la cerveza? Su elixir de valentía.

-Me gustas -terminó de decir Mabel cuando se separaron un momento y se miraron a los ojos.

Las cosas siempre cambiaban, claro, pero aunque estaban ansiosos, no hicieron más que quedarse dormidos. A la mañana siguiente quizá tendrían una resaca de campeonato, pero luego de un día tan caluroso, las cervezas les cayeron de maravilla. El árbol mecía sus ramas, feliz del encuentro de aquella parejita tan singular, pero satisfecho por haber sido partícipe de su confesión.

-Amor, alegría y cerveza fría -canturreó el árbol viéndolos dormir.

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