Capítulo veinte y seis.

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—Dios mío

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—Dios mío. Robert déjala entrar —Natalie estaba en blanco. La mujer hizo a un lado al hombre y la castaña pudo ver un anillo en su dedo anular. Era su esposo. ¿Podría ser él su padre?—. Entra cariño, está nevando fuera y estás descalza.

Natalie entró a la cabaña y al instante sintió el contraste en las temperaturas. Sus pies se lo agradecieron rápidamente.

—¿Estás perdida? —preguntó la mujer amablemente y ella negó—. ¿Estás bien?

Ella la miró, no le cabía duda que ella era su madre—. ¿Tú eres Helena? —preguntó entre señas.

La mujer frunció el ceño, sin entender el lenguaje de la castaña—. ¿Eres muda? —preguntó y después le entregó el bebé a su esposo. Llevaba un mameluco lavanda—. Espera aquí cariño.

Se dirigió hacia el pasillo y se desapareció de la vista de la chica.

—Puedes sentarte si gustas —ella asintió y se sentó a un lado de la chimenea, dejando que sus pies comenzaran a tomar color de nuevo.

Helena apareció de nuevo y traía un cuadernillo con ella. Se lo entregó a Natalie junto con una pluma, ella los tomó con manos temblorosas y empezó a escribir la misma pregunta. Cuando terminó sus trazos le mostró el cuaderno a la rubia.

—Si, soy yo. ¿Me buscabas a mí? —Natalie asintió, y cuando iba a abrir la boca, el bebé comenzó a llorar—. Un momento Natalie —la castaña se quedó congelada en su lugar, pero muy pronto se dió cuento que se refería al bebé. La bebé.

El hombre comenzó a arrullar a la bebé y pronto se la llevó a otro lugar para que no interrumpiera la conversación. Natalie podía seguir escuchando de fondo los llantos de la bebé.

—¿Quién eres? —preguntó Helena. Y las manos de Natalie pronto comenzaron a moverse sin su permiso. Sintió sus huesos calar de los nervios cuando vió la oración que estaba escribiendo.

Soy tu hija —le mostró en la libreta.

—¿Disculpa? —preguntó Helena, quien había palidecido—. Creo que te confundes, será mejor que te vayas.

Ella escribió con rapidez y le mostró la libreta—. Soy Natalie Helena Hoffman, soy tu hija, y me abandonaste en Shield cuando tenía cinco años. ¿También piensas abandonar a Finn, Thomas y Andrew?

—¿Los conoces? —preguntó con lágrimas en los ojos.

Natalie asintió, sintiendo el nudo en su garganta que no le permitía siquiera pensar en respirar.

—Sé que tengo un gemelo, y tres hermanos a los que les has mentido por toda su vida.

—No deberías estar aquí Natalie —le dijo acercándose a ella—. Ellos..., ellos te encontrarán.

—¿Quiénes? —preguntó con los labios.

—Los elfos, ellos te encontrarán. Ellos..., ellos te harán daño —dijo su madre sollozando, mientras sostenía sus mejillas.

Ambas se exaltaron cuando escucharon golpes fuertes en la puerta. Su madre sacó una daga de su suéter y Natalie sintió de nuevo esa punzada en su cabeza.

—¡Natalie! —gritaron desde el otro lado. Era la voz de Bucky.

Ella se paró rápidamente del asiento, y abrió la puerta, del otro lado estaban Bucky, Steve, Natasha y para su desgracia, Loki.

—Nat —dijo suspirando, por primera vez se dió cuenta que se veía realmente demacrado—, cuanto me alegro de que estés bien.

La jaló hacia él y la abrazó fuertemente, por la cintura y espalda, inhalando su olor. Natalie sintió un poco de calma que se fue al instante cuando Loki habló;

—Helena... —dijo intrigado.

—Loki —contestó ella. Natalie se separó de James y miró a Loki y a su madre. ¿Ambos se conocían?

—¿Qué estás haciendo aquí?, creí que te quedarías en Alfheim.

—Lo lamento su alteza, mis principios no me lo permitieron.

¿Su alteza?, ¿qué estaba pasando?

Natalie le dió un ligero manotazo en el brazo a Loki para que pudiese verla, y cuando sus ojos verdes se posaron en ella, comprendió porque es que era tan familiar su cara.

—Tú..., tú hiciste mi maldición —dijo entre señas.

—Te equivocas querida, yo trate de erradicarla. Pero fue una maldición enviada directamente de las nornas, las tejedoras del destino. No había nada que yo pudiese hacer más que ayudar a que madre llegara a San Francisco.

Natalie miró a su madre, quien bajó la cabeza. Su esposo rápidamente entró por el campo de visión y frunció el ceño al ver a tantos desconocidos en su casa. Abrió los ojos con sorpresa al ver la daga que sostenía su esposa.

Tú y yo nos iremos a casa, y me explicarás a mí y a tus hijos que está pasando —le dijo Natalie demandante cuando estuvo frente a ella—. Ya he tenido suficiente de esta porquería, y cuando por fin te encuentro solamente se hace más grande.

—¿Hijos? —preguntó su esposo—, ¿a que se refiere?

—Tiene cuatro hijos además de la bebé que cargas en brazos, y uno de ellos es la chica que estás mirando —le dijo Loki sin interesarse lo más mínimo en su reacción—. Ya va siendo hora de que le expliques a tus hijos lo que ha pasado, Helena, y aún más porque abandonaste a Natalie —sentenció.

The sound of silence | Bucky Barnes      CANCELADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora