—¿No necesitas nada?—Murmuro algo decaída.
—No.—Responde seco.—Bueno, lo de siempre, supongo qué no hace falta qué te lo diga.—Es lo único qué dice antes de darse la vuelta, y dejarme sola.
—Está bien.—Susurro para mi misma.
Salgo de la casa dirigiéndome al túnel, camino en silencio; con la mirada en el suelo.
Últimamente las cosas han sido así, Dahn no me habla, ni siquiera para molestarme.
Simplemente se mantiene callado con la mirada perdida, y apagada. Me preguntó qué pasará por su cabeza en momentos cómo esos.
Suelto otro suspiro bastante largo, y fuerte.
Cómo quisiera ser ese chica qué tiene en mente todo el día.
Hago una mueca con la nariz intentando suprimir un sollozo, mi cabeza se gira encontrándose con una tienda de flores.
Inconscientemente camino hacía ella mirando todas las flores. Acaricio algunas con las yemas de mis dedos sintiendo la suavidad de sus pétalos. Mi mirada cae en un pequeño ramo de flores azules, sonrío al ver lo bellas qué son.
—¿Quieres comprarlas, linda?—Una mujer mayor aparece junto a mí.
—Solo veía, gracias.—Hice una pequeña reverencia con la cabeza. Antes de salir me detuve ante un pensamiento, ante el dueño de ese pensamiento.—Me las podría vender, por favor.—Pedí tímida.
Soltó una risa cálida, y asintió lentamente.
—¿Son para ti?—Preguntó mientras me las entregaba.
Sonreí inconscientemente.
—Son para el hombre qué me gusta.—Respondí tímida.
—No es muy casual qué una mujer le quiera comprar rosas a un hombre, lo debes querer mucho, ¿verdad?—Me miró con ternura, y asentí.
—Él no es cómo otros hombres, no sé compara a nadie, y sí, de verdad lo quiero.—Sonreí bajando la mirada.
—Ese chico es afortunado.—Dijo con una gran sonrisa.
Me encogí de hombros.—Últimamente ha estado muy decaído, y no sé la razón, me gustaría alegrarlo de alguna manera.—Sonreí decaída.
—Seguro hay algo qué lo está molestando, y por eso no puede estar tranquilo.—Suspiró.—¿Sabes qué? Está noche habrá una fiesta en el centro del pueblo, deberías llevarlo, así podrían distraerse los dos.
—¿Usted cree?—Pregunté sonriendo abiertamente, y ella asintió sonriendo de igual manera.—¡Gracias!—Le di unos billetes, y corrí hacía la salida.—¡Puede quedarse con el cambio, gracias por el consejo!—Grité, y pude escuchar su risa.
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Pecando Entre Sangre.
Любовные романы¿Por qué empecé a admirarlo a él? Él no es bueno, él es considerado un pecado en mi religión. Él no tiene escrúpulos, no tiene hogar, no tiene una familia. No sabe amar, o al menos eso decían. Sabía en lo que me estaba metiendo cuando lo liberé. S...