Capítulo 18 x

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—A ver, a ver. Stop. Déjame procesar esto —Lu me mira, atónito, verdaderamente ofendido, molesto, ¿decepcionado? Suspira y se apoya en su asiento en la cafetería que frecuentamos siempre. Es un Café pequeño pero popular; aunque hoy no hay mucha gente a nuestro alrededor, el tema de conversación es suficiente para hacerme consciente de las miradas que podrían indicar que alguien esté escuchando. Mi té, una vez caliente, y su Mocaccino, sin tocar desde que empecé a hablar, se posan sobre la mesa entre Lu y yo, el único escudo entre su reacción y mi frágil dignidad.

A pesar de que sé que me odiará una eternidad, verlo negar con la cabeza, mientras procesa toda la información que acabo de administrarle involuntariamente como una inyección a alguien que odia las agujas, siento que me he deshecho de un peso de encima. Le he contado todo. Todo. Luego de haberle mentido, omitido verdades, evadido preguntas por mucho tiempo. Cabizbaja, lo veo, consciente de mi increíble irracionalidad y debido a la culpa por no habérselo contado antes.

Quise contárselo, pero nunca recogí el suficiente coraje para hacerlo sin antes admitir mi increíble carencia de racionalidad. Sé que puedo contar en Lu para lo que sea, pero por alguna razón me sentí lo suficientemente fuerte para hacer esto yo sola.

—Tres meses —dice, y vuelve a acomodarse, esta vez con la espalda erguida, como si llevara un libro sobre su cabeza y temiera hacerlo caer—. Tres meses has estado teniendo sexo —veo una mueca— con Aaron Blanc —su tono, con cada palabra, incrementa su recriminación y siento que me hago más pequeña. Su voz es como un grito susurrado, como si estuviera conteniendo un concierto de insultos—. Leah... —sus ojos se entrecierran, y puedo ver que está resistiendo las ganas de golpearse la frente cuando dice mi nombre—. Y no sólo te bastó con enamorarte de Aaron, ¿ahora tienes el descaro de haber empezado a salir con Martín Meyer? ¿Estás bien? ¿Todo bien en casa? Are you okay?

—No me he enamorado de... —trato de refutar, pero los ojos que me lanza me dicen que no es buena idea.

—A tu abuela con ese cuento —se ríe con sarcasmo, su boca una mueca manifestante de su incredulidad—. Te creía más lista —esta vez no se resiste, y lleva su palma a su frente, negando la cabeza—. Lo que más duele es que no me hayas contado nada hasta ahora.

Y el pinchazo llega, fuerte e inevitable. Detrás de la simpatía que parece tener por mi situación, puedo ver el daño que he causado al no habérselo contado antes. Nuestra relación siempre se ha basado en la honestidad, desde que tenemos memoria. Aunque nunca exigimos completa atención o dependencia en el otro, contar en el otro siempre ha estado en nuestro sistema como segunda naturaleza, y me duele haberle fallado.

—Lo siento, Lu, yo...

—Eres una idiota.

—Sí, eso, y...

—Una completa tonta.

—Yo sé, Lu, y quise contártelo antes pero yo...

—No conoces el arte de pensar antes de actuar.

Suspiro. Tiene razón. No hay ninguna otra explicación para el lío en el que me he metido. Había creído tenerlo todo bajo control, pero supe que no cuando ayer por la noche, Aaron y Martín estuvieron a punto de encontrarse en la puerta de mi casa. Había olvidado que Aaron venía por mí más temprano, a las ocho de la noche, a la misma hora en que había quedado con Martín para salir.

Le conté a Martín algo sobre mi relación con Aaron, no necesariamente que tengo una relación meramente sexual con él, pero lo suficiente para no sentir que lo estoy engañando. Martín es un gran chico, y la conexión que tenemos es especial, pero, como cualquier otro chico, no es Aaron.

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