capítulo 13

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Necesito un cigarrillo. Necesito inhalar algo que no sea su ausencia, algo que no sea la ansiedad de saber por qué me ha dejado así, descolocada, necesitada.

Otra semana sin saber de él.

Otra semana sin sus ojos, su mirada. Sin sus manos en mi cuerpo, sus labios en los míos.

Sin sexo.

Pero más importante, sin entender lo que siento por él.

Sé que es algo más que sólo atracción física. He aprendido a aceptar eso, incluso cuando no encuentro la lógica en que me guste alguien con quien lo único que he compartido son orgasmos.

Necesito un cigarrillo urgentemente, y mi habitación ha experimentado las consecuencias. Algunos cajones están abiertos, testigos de la desesperación mientras rebuscaba, y adentro las cosas están tan revueltas como mis sentimientos. No logré encontrar ninguno, pero planeo resolver el problema comprando una cajetilla de camino a la fiesta.

Suspiro y, con algo de dificultad mental, me coloco un abrigo gris de piel sintética sobre un bralette negro que decidí usar después de ver ideas de outfits en Instagram. Me cuesta colocarme un arete dorado en mi hélix, y me recrimino por no haber sido tan consistente en el uso de aretes en esa parte de mi oreja, pues ahora hacerlo duele una vida. Sin embargo, logro mi objetivo, y finalizo mi tortura de alistarme para la fiesta a la que Alan me ha invitado.

Esta semana me ha hecho consciente de tres cosas.

Una: Aaron ya no representa sólo sexo en mi vida. Es algo más, y aunque no puedo especificarlo, puedo admitir por fin que es más.

Dos: No me gusta Alan. Al menos, no como pensaba. Es un chico extremadamente atractivo, y llegar a conocerlo esta semana ha representado mucho más de lo que pensé en términos de amistad.

Lucas no está precisamente contento con la idea, pero ha intentado mantener sus celos al mínimo durante los descansos del almuerzo en el instituto. Por lo menos ya no lo llama Tinker Bell, y yo he logrado estar cerca de su cuello sin casi mojarme.

—¿Qué esperas que haga, Leah? —cuestionó cuando le pedí por milésima vez que deje de llamarlo así. Alan todavía no había llegado de su clase, y tomé la oportunidad de pedirle a Lucas que sea más respetuoso—. Es idéntico, sólo debes mirarlo con más detenimiento —se cruzó de brazos y alzó su barbilla, no dispuesto a escucharme ni a admitir que Tinker Bell tiene los ojos azules, no verdes como Alan. A nuestro alrededor, una gran cantidad de adolescentes hormonales comían y hacían lo que todos los adolescentes hormonales hacen: reír como idiotas y crear rumores. Cuando suspiré, me miró con más suavidad—. Lo siento. Es que no soporto la idea de que me cambies por él —admitió con un puchero. Su cabello bien peinado lo hacía lucir como un niño al que su madre lo reprendía por cada pelo fuera de lugar.

—Estás loco si piensas que te vas a deshacer de mí, Lu —dije yo, y me acerqué a abrazarlo; cuando sus brazos cayeron rendidos, me alejé y le pellizqué la mejilla—. Me vas a tener siempre, te guste o no, mejor amigo.

Eso lo tranquilizó, y dejó de llamar Niño Tinker Bell a Alan, e incluso entabló una que otra conversación sobre fútbol. Pequeños pasos.

Y tres: Nunca habrá un buen momento para contarle a Lucas sobre lo que pasó entre Aaron y yo.

Escucho de nuevo un suspiro, y sé que proviene de mis labios sólo porque soy la única persona en mi habitación.

He intentado decírselo varias veces, pero siempre hay algo que me detiene. Es como si quisiera empezar una carrera, pero la pistola nunca llega a sonar, sin avisar la partida, y la cantidad de tiempo que pasa se acumula y se ha acumulado a tal punto, que siento que será peor decírselo ahora de lo que hubiera sido contárselo antes. Me arrepiento, hasta cierto punto.

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