capítulo 9 x

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Veo a Aaron llegar al asiento del conductor. Me mira por un segundo antes de darme una funda, de donde saco una caja rosada que me recuerda la noche anterior y la poca precaución que tuvimos. Es una pastilla, y Aaron no se molesta en explicarme qué es. Abre una botella y me la pasa también, y me asombra la naturalidad con que lo hace, como si fuera rutina darle una pastilla anticonceptiva de emergencia a la chica con la que ha pasado la noche.

Recuerdo que no fuimos cuidadosos, y no lo culpo por responsabilizarse ahora, pero la evidente indiferencia con que se maneja me desconcierta.

—Nunca me vine dentro —aclara, y me siento incómoda de repente—. Pero nunca está demás —Asiente hacia la pastilla que guío a mi boca antes de tomar el agua. Aunque lo he hecho antes, esta vez se siente diferente. Es como si fuera mi primera vez, y el miedo que siento por la incomodidad que sentiré mañana o el día después no es tan pronunciado como debería.

Tardamos unos minutos en llegar, y cuando lo hacemos, no necesitamos escabullirnos. El auto de mis padres no está. Permanecemos en silencio, como me he acostumbrado con él, y entramos.

Cuando doy un paso hacia la sala, recuerdo el mensaje de mi madre sobre que volverán en la noche, y me siento tensa ante la idea de tener todo el día con Aaron.

Como una señal, siento el aliento de Aaron en mi nuca.

—¿Por qué no me llevas a tu habitación? —me estremezco cuando su mano acaricia el brazo. Siento sus labios en mi cuello. Hace mi cabello a un lado y susurra en mi oído—. Papi quiere jugar.

No digo nada, y lo llevo de la mano hacia mi habitación, y el camino por el pasillo parece eterno. Al llegar, Aaron me da la vuelta y me besa. Ahora él me guía hacia atrás hasta que siento el colchón de mi cama.

Nos seguimos besando, y sus manos acarician mi cuerpo, con una desesperación que parece de un chico que no ha visto a su novia en mucho tiempo.

Por un segundo, la palabra "novia" resuena en mi cabeza, pero no necesito esforzarme para olvidar lo que pensé, porque las manos de Aaron son suficientes para hacerme olvidar que existo. Me tocan donde más quiero, y leen mi mente cuando acarician la parte más sensible.

En poco tiempo, estamos desnudos, y Aaron no pierde el tiempo. Me da la vuelta y mi trasero está en el aire, desde donde su boca me recibe con besos y su lengua entra gustosa.

Tiemblo.

Sudo.

Siento un calor que parece interminable.

Dejo de escuchar mis gemidos y me dedico a imaginar las aventuras sexuales que podríamos tener Aaron y yo. Me hace querer sentir esta clase de placer en diferentes lugares. No sólo en su departamento, o mi habitación. De repente, me ahondo en la idea de hacer esto en lugares inimaginables.

La humedad de su lengua se combina con mi centro, y soy incapaz de ralentizar el orgasmo que viene con eso. Sé que estoy gritando, pero no me escucho. Mil agujas de placer amenazan con dejarme rendida.

Vuelvo a sentir la suavidad en mis piernas. Aaron me ha acomodado de nuevo en la cama. Estoy respirando como a quien le han entregado de nuevo la habilidad de hacerlo. Me acomodo de tal modo, que su miembro acaricia mi entrada. Me restriego un poco, incitándolo, y sentir el largo de su miembro me descoloca.

De repente, siento que su mano hace contacto con mi piel, y pego un pequeño grito. Me ha azotado. Y el reconocimiento sólo logra calentarme más. Aaron se da cuenta, y vuelve a hacerlo.

—Quédate quieta —gruñe, y detengo mis intentos por obligarle a entrar. El tono que usa es rudo y a la vez controlado.

Me encanta.

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