No quería hablar con Aaron al día siguiente. Pero él me otorgó un espacio de tres semanas, ni más ni menos. Ni un mensaje ni llamada. Y yo tampoco he tenido la iniciativa de hacerlo.
Decido que no debo enfocarme en eso.
No somos nada. Nos gustamos, tal vez, pero incluso eso está por verse. No dejas de hablar con alguien por tres semanas si te gustara.
Mi padre puede tener la razón y Aaron solo quiere una cosa, que ha conseguido no sólo una, sino varias veces.
Tengo que ver el lado bueno. Yo también me he beneficiado.
Incluso cuando esa semana se vuelve eterna, presiento que no es para siempre. Lo conozco muy poco, y él de mí menos, pero estoy segura de que, si es que siente una pizca de lo que yo siento por él. Volverá. Pero yo no permitiré que se acostumbre.
Si decide quedarse, que lo haga. Si quiere irse, que lo haga. Pero no quiero que juegue conmigo, incluso si decidimos no tener nada más que un acuerdo mutuo para satisfacernos sexualmente. Y eso es lo que busco: un acuerdo.
Si no es una relación, pienso que lo que tenemos también debe tener límites, y ambos debemos respetarlos. Un acuerdo sería ideal para establecer, desde el principio, lo que seremos. No más complicaciones, dudas sin respuesta, incertidumbre.
¿Pero cómo puedes establecer límites sin la otra parte involucrada?
Cuando dejo de pensar, mi padre toca mi puerta, y no necesita abrirla, pues desde afuera me pide que lo acompañe a ver el auto de la concesionaria de nuevo. Mi madre parece no querer ir, y me la imagino retorciéndose en su escritorio, intentado liberar la tensión que causa la idea de no poder controlar todo, incluso el auto que comprará mi padre.
Llegamos y el auto que vimos hace una semana está en exhibición. Puedo ver, de más cerca, que la pintura brilla con los rayos de sol casi inexistentes del día.
Mi padre sólo tarda media hora en tomar una decisión.
—El carro es tuyo, Richard —dice el Sr. Meadows, dejando que su aliento se convierta en un humo blanco que desaparece en el frío del ambiente. Y mi padre sonríe. El cabello bien peinado perfila su rostro, y la sonrisa ilumina su tez blanca. No es más alto que el Sr. Meadows, pero su postura y actitud hace que sobresalga.
—¿Qué te parece, Leah? —El humo ahora sale de su aliento, y me imagino que también lo hace del mío cuando hablo.
—Me encanta —me limito a decir. El auto es usado, pero parece haber sido cuidado como una gema especial. Parece nuevo. El blanco brilla de tal manera, que es imposible no tomarlo en cuenta. Los aros le quedan como unos zapatos metálicos preciosos, y cada detalle, cada curva de la carrocería consigue hipnotizar a cualquiera.
Ya tenemos un auto. Un Toyota Fortuner del año. Pero mi padre siempre ha acostumbrado a tener dos autos, y si no ha comprado uno para acompañar al Toyota en más de seis meses, es porque no se ha dado el tiempo de buscar. Pero ahora lo ha hecho, y hemos encontrado un tesoro.
Mi padre entra a hacer los papeles y me quedo afuera, viendo los autos. Hace frío, pero lo disfruto.
Sé poco de automóviles pero tengo el suficiente conocimiento para defenderme en una discusión. Estoy viendo por dentro de un Toyota sedán cuando escucho unas pisadas acercándose. Miro desde el reflejo de la ventana que se trata de Alan, que me mira con una sonrisa ladeada. Es alto, no tanto como Aaron, pero tengo que alzar la cabeza para mirarlo a los ojos. Son verdes, y combinan con su cabello castaño claro. Viste un jean oscuro ceñido y un suéter azul marino que me recuerda al que Lucas perdió en una fiesta, pero el sello de Polo Ralph Lauren lo diferencia. El de Lucas había sido un suéter Zara.
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Travesuras
RomanceLeah es menor de edad, y eso podría evitar que Aaron intente algo con ella, pero cuando ésto no lo hace, una nueva aventura, llena de descubrimientos emocionales y sexuales, los une. ⠀ Mature content [+18] Se recomienda discreción.