capítulo 7 x

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De camino a mi casa, Aaron mantiene su mano en mi muslo, a excepción de cuando debe cambiar la marcha. Siento el frío de su mano a través del pantalón que llevo pero es un frío que he llegado a anhelar sentir. Cuando llegamos, repasamos el plan una última vez antes de bajarme del auto.

Siento que somos cómplices de un crimen, pero ese crimen no es nada más que los dos en una cama. Mis manos empiezan a calentarse; mi rostro, a arder; mi estómago, a contar las mariposas que siento de los nervios. Me siento como me sentía cuando era pequeña y estaba a punto de hacer una travesura que sabía me metería en problemas. Esta vez, se tratan de travesuras con un chico, y no de una pared rayada con crayón.

De camino a la puerta de mi casa cuestiono mis decisiones. Es tarde para arrepentirse. La idea de que esto me traerá lo que más deseo en este momento me motiva. Entro y saludo con mi madre. Escucho el auto de Aaron alejarse pero sé que se estacionará a unos metros.

Me despido de mis padres antes de entrar a mi habitación y cerrar la puerta con seguro. Hago una pequeña maleta, y llevo una parada de ropa. Sé que no volveré hasta mañana. O eso espero yo.

La idea, con cada segundo que pasa, se vuelve distante, como si de un sueño se tratara. Hago las cosas robóticamente, con mil sensaciones a la par. Como si la cantidad de emoción ha mitigado cualquier pensamiento racional, y toda acción que realizo viene dada por la lujuria que causa el recuerdo de Aaron y yo en su auto y la esperanza de repetir todas esas sensaciones.

Abro mi ventana y salgo. La cierro con cuidado y camino sigilosamente hacia el otro lado de mi casa, por donde sé que es imposible que me vean desde adentro. Corro lo que falta y continúo mi camino hasta el auto de Aaron, donde me espera viendo su teléfono. No dice nada cuando entro, y acelera al segundo en que el sonido de la puerta cerrarse retumba en el pequeño espacio.

Me doy cuenta de que su departamento no está lejos, a unos quince minutos de mi casa en auto. Es un buen barrio. De hecho, uno de los mejores. Veo algunos edificios ponerse de pie cuando nos acercamos, todos modernos y grises. En el que parece que vive, también se cierne sobre nuestras cabezas, y parece recriminar nuestra llegada. Otra vez, cuestiono lo que está pasando, pero esa vocecita en mi cabeza trata de justificar mi decisión.

Entramos a un parqueadero oscuro, y bajamos dos pisos. Estaciona el auto y salimos a la entrada peatonal, donde hay un ascensor al que Aaron accede con su tarjeta. No decimos nada todo el camino.

Sólo lo sigo mientras para él todo es familiar. Ambos sabemos a lo que vamos, y ese conocimiento sólo refuerza una tensión en el aire. Me siento ansiosa, pero no porque piense que es una mala idea. No puedo esperar. El ascensor indica que hemos llegado y se abren las puertas. Aaron me hace pasar primero y me señala el departamento 608.

Exhalo el aire que estoy reteniendo sin ser consciente.

Llegamos.

Aaron se adelanta y abre la puerta con su tarjeta, dejándome pasar. Entro y todo está oscuro hasta que Aaron enciende las luces. Es un departamento moderno, y es un poco más amplio que el de Matthew, que queda cerca de aquí. La cocina es visible a mi izquierda, y un muro es lo único que me separa de ella; más allá, la sala se muestra simple, pero es la zona más grande, desde donde unos sofás de cuero beige nos saludan.

Concluyo que es un departamento de buen gusto, y cada cosa se acomoda como si función estuviera específicamente en el lugar. Por lo que he visto de Aaron, no me sorprende que todo esté reluciente y limpio.

Aaron deja su chaqueta en la entrada y se acerca al mesón de la cocina a dejar su billetera, llaves y tarjeta.

—No te quedes ahí —dice, y me doy cuenta de que estoy congelada en la puerta—. Entra. Siéntete cómoda.

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