Después de decir algo tan escandaloso, Aaron decide no agregar nada más y encender el auto para continuar el camino. Me siento acalorada, avergonzada, frustrada, pero sobre todo, curiosa. ¿Qué quiso decir con eso? Miro enfrente, y las luces de los otros autos son lo único que me mantiene enfocada. Luego me limito a ver el espacio del auto, y me fijo en la hora que marca la pantalla del radio. 10:58 PM. Como si de una señal se tratara, me llega una llamada. Mi mamá. Está molesta, preocupada y, sobre todo, cansada de esperar. Intento calmarla pero no puedo. Aaron, al darse cuenta de quién se trata, me pide el teléfono con su mano. Sin nada que perder, se lo doy y él se lo lleva al oído.
—Señora Martin, es un gusto poder escucharla —carismático, apaciguador—. Está conmigo, la estoy llevando. Sí, no se preocupe. Estamos a un minuto. Sí, claro —Aaron ríe—. Cuídese, Señora Martin.
Me imagino que cuelga, y tarda un minuto en devolverme el télefono. Mi mirada se limita a pasear por los autos, insconscientemente contando el número de autos de color rojo. Intento permanecer indiferente, como si minutos antes no hubiera pasado nada.
—No hay de qué.
—¿Qué fue eso? —sigo distante, procurando mantener mi rostro neutro y apaciguando el calor que siento.
—Tengo cierto don con los padres —estaciona el coche. Llegamos.
Mi madre, como nunca, me espera afuera. Viste su salida de cama y se cruza de brazos al vernos llegar. Es una mujer alta y extraordinariamente bella. La definición de una dama. La clase de madre por el que muchos de mis amigos mueren.
Aaron asoma la cabeza y la saluda con la educación de un señor de cincuenta años. Mi madre, nunca tan sonriente, le devuelve el saludo mientras yo salgo del auto sin despedirme. Sin necesidad de que Aaron se vaya, me reprende por no ser educada.
—Te he dicho mil veces que guardes apariencias con su familia —me repite—. Ya sabes lo bien que nos llevamos, y tu educación debe reflejarse.
Asiento callada.
—Qué lindo de su parte asegurarse de que llegaste segura a casa —comenta cuando ambas entramos a casa—. Ese chico es un ángel. Me alegra que hayas venido con él.
Vuelvo a asentir, sin ánimo de responder a sus recurrentes cumplidos dirigidos a la familia Blanc. Me despido de ella y me dirijo a mi habitación.
Abro la ventana y me acomodo en el alféizar, lista para encender un cigarrillo, pero el comentario de Aaron aparece en mi cabeza, y decido no hacerlo. En su lugar, saco el teléfono de mi bolsillo y lo desbloqueo. La pantalla está en la app de notas, y mis ojos la recorren mil veces antes de entender. Es un número de teléfono. Para confirmar mi sospecha, reviso la fecha creada, y no me soprendo al ver que se escribió hace cinco minutos. No le llevó ni un minuto entre colgar la llamada con mi madre y aprovechar para escribir su número de teléfono en la app.
Estoy a un segundo de escribirle un mensaje cuando me doy cuenta de lo que esto significa. Me congelo. Existen muchas implicaciones. Muchas consecuencias de las que no quiero ser consciente.
Aaron no es tonto. No escribió su número en mi teléfono sólo porque sí.
Me está dando la oportunidad de elegir. No está esperando un mensaje, sino una respuesta. ¿Respuesta a qué? Me pregunto, y no puedo evitar reproducir el último comentario que lanzó en mi cabeza. El comentario sobre estar en su departamento, en su cama... Dios santo.
Cierro mis ojos con fuerza, con el objetivo de evitar que el pensamiento me nuble la capacidad para razonar y tomar una decisión. Mi cuerpo me pide a gritos que le mande un mensaje, pero mi cabeza me detiene. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve con alguien, y no sé si estoy lista para dejarme llevar por lo que siento, especialmente cuando es una atracción meramente física.
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Travesuras
RomanceLeah es menor de edad, y eso podría evitar que Aaron intente algo con ella, pero cuando ésto no lo hace, una nueva aventura, llena de descubrimientos emocionales y sexuales, los une. ⠀ Mature content [+18] Se recomienda discreción.