El pecho del poeta

195 9 0
                                    

Veo a Marco Renaldi entrar al bar que está ubicado cerca del centro penitenciario del que acaba de ser liberado, apenas unas horas después de la sentencia de hoy.

Camino con paso decidido hasta la puerta del local, y antes de entrar, respiro profundamente para calmar los nervios que siento al adentrarme en este ambiente ajeno. Dentro del bar, la música resuena alta, las risas de la gente se mezclan con el tintineo de los vasos y las botellas, todos ellos ajenos a la presencia de un hombre acusado de asesinato.

Recorro con la mirada la sala abarrotada, buscando a Renaldi. Lo encuentro sentado en la mesa más alejada del bullicio, con un vaso entre las manos y una botella de whisky en la mesa.

— ¿Está libre? —le pregunto, señalando el asiento frente a él. Marco levanta la mirada y frunce el ceño. Sus ojos escrutan mi figura de arriba abajo en un silencio que resulta inquietante. Mis ojos se posan en los tatuajes que decoran su cuerpo, algunos de los cuales asoman por su cuello y el dorso de la mano que sostiene el vaso.

—Es que lo demás está todo lleno. —Balbuceo, sintiéndome incómoda ante su mirada intensa y su reacción silenciosa. Él aparta la mirada de mí y observa su entorno, confirmando mi observación de que todas las mesas y la barra están ocupadas.

—Sí, adelante. —Finalmente, pronuncia con una voz profunda que hace que trague saliva mientras tomo asiento a su lado. — ¿Quieres? —me ofrece la botella de whisky.

—Em... —Quiero rechazar la oferta, pero ya está sirviendo en un vaso que el camarero ha dejado tras su señal. Lo cojo resignada y doy un suave sorbo.

— ¿Un mal día? —pregunto, intentando romper la tensión en el aire.

— Más bien un mal mes. —Responde, mirándome con intensidad.

— ¿Y eso? —inquiero, fingiendo ignorancia sobre quién es él en realidad.

— ¿Acaso no ves las noticias? —me pregunta, arqueando las cejas. Hago un esfuerzo por mantener mi expresión de sorpresa y confusión.

— La pregunta es: ¿Hay alguien que las siga viendo? —Cuestiono con una sonrisa irónica mientras doy un trago despreocupado a mi bebida. Marco parece relajarse un poco y responde con una sonrisa de medio lado.

— ¿Eres de esas que solo mira Netflix y HBO? —Cuestiona, ahora apoyándose despreocupadamente en el respaldo del sofá.

— ¿No es eso el futuro? —Contesto, tratando de mantener el tono ligero de la conversación. Marco asiente, pareciendo más tranquilo.

—A veces, las películas dan menos miedo que las noticias. —Dice en voz baja. Trato de descifrar a que se refiere con eso.  Luego, cambia de tema. —¿Y tú? ¿Has tenido un mal día? —Cuestiona, observando cómo tomo otro trago del whisky que él me ha servido. Me encojo de hombros.

—Mi jefe es un poco insoportable. —Digo, y en esto no miento, en este momento realmente lo detesto.

— ¿A qué te dedicas? —Pregunta, y me doy cuenta de que he cometido un error al decirle eso. Tengo que ser cautelosa y no revelar demasiado. No puedo decirle que soy periodista; si lo hago, podría levantarse y marcharse.

—Recepcionista. —Miento con seguridad. Marco asiente satisfecho.

— ¿En qué empresa? —Pregunta.

—Para el Hotel Le Rue. —Miento nuevamente, tratando de mantener mi historia coherente. Él asiente con una sonrisa, aparentemente satisfecho con mis respuestas.

—Marco. —Dice, ofreciéndome la mano. La estrecho mientras murmuro mi nombre:

—Nina. —El apretón de manos es firme, y un escalofrío me recorre cuando nuestras manos se separan.

InocenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora