Alma ausente

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Me quedo rezagada entre la maleza hasta que veo a Marco salir de su casa, cuando se sube a su carísimo coche y se pone en camino a la capital donde tiene sus oficinas, me levanto y mientras me sacudo la falda, pienso en como afrontar a su hermano menor, Mario. 

Quiero tratar a solas con el pequeño de los Renaldi, aunque no se hasta que punto es buena idea. 

Podría ser perfectamente el asesino. 

Me dirijo a la puerta, intentando tragarme la ansiedad que me provoca este chico. 

A pesar de que tiene mi misma edad, a su lado me siento pequeña, indefensa y estúpida. 

No soy capaz de hilar un solo pensamiento coherente sin sentir un rio de miedo correrme por las venas. 

Toco el timbre esperando que me abra, intento repasar mi excusa, pero cuando la puerta se abre revelando a Mario, sin camiseta, con unos pantalones grises de chándal, y dejando a la vista sus tatuajes, mis palabras mueren en mi garganta y solo atino a quedarme mirándole fijamente. 

—¿Quieres algo? —Pregunta chasqueando los dedos delante de mí. —O, ¿solo vienes a mirar mis abdominales? —Replica seco, borde y de manera bastante egocéntrica. 

Trago saliva apartando la mirada de él y me armo de valor antes de dedicársela a sus ojos, error, su mirada azul me penetra fijamente sin variar ni un solo segundo. 

—Venía a ver como está Marco. —Miento intentando poner una sonrisa que solo termina en mueca. 

—No está. —Espeta intentando cerrar la puerta, sin darme ningún tipo de oportunidad de hablar. Pongo rápidamente la mano sobre la puerta. 

—Espera, si no te molesta le esperaré dentro. —Digo intentando sonar dulce. 

—Sí que me molesta. —Espeta de nuevo intentando volver a cerrar la puerta. 

—Venga, Mario, no sé porque me odias de esta manera. —Replico. —Solo intento ayudar a tu hermano. —Digo. Él deja de intentar cerrar la puerta y me mira fijamente. 

Su mirada me escudriña y parece que pueda leer todos mis secretos. 

—Lo único que quieres tu es que mi hermano te folle. —Me expresa con acritud. Trago saliva por sus duras palabras. —Y eso acabará con tu cordura, luego no me llores con que no fuiste avisada. —Me replica. Abre la puerta para dejarme entrar. —Pasa, espérale en el salón, a ver si te da lo que quieres rápido para que pueda dejar de verte. —Cuando entro, él azota la puerta detrás de mí, e intenta subir las escaleras, pero le detengo. He venido a verle a él. 

—Estás siendo injusto conmigo. —Digo a sus espaldas. Él se da la vuelta para mirarme arqueando las cejas. 

—¿Ah, no quieres que él folle contigo? —Cuestiona con sarcasmo como si lo diera por hecho. —¿Y entonces que necesitas de mi hermano, el presunto asesino? —Replica cruzándose de brazos. 

Odio notar como se tensan sus músculos con el movimiento. 

—Le creo, y entiendo que está devastado. Solo eso, quiero darle apoyo. —Mario pone una sonrisa de medio lado bastante irónica. 

—Que estúpidos que somos los humanos, ¿no? —Cuestiona burlándose de mi. —Vemos una carita bonita y se nos olvida todo. —Me dice acercándose a mí, trago saliva intentando no dar ningún paso hacia atrás para que no note el pavor que me recorre el cuerpo. —¿Y si resulta que es el asesino? —Cuestiona mientras da un paso hacia mi. —¿Y si es verdad que mató a Samantha? —Sigue preguntando mientras da de nuevo otro paso hacia mi. —¿Y si la degolló? —Otro paso más cerca. —Y aquí estás, creyéndole solo porque te gusta. —Me espeta cuando su cara queda a centímetros de la mía. —Mira las estúpidas que le apoyan solo porque está bueno, me dais pena. —Replica murmurando enviando su aliento contra mi cara. Me niego a bajar la mirada de sus ojos. Es muchísimo más alto que yo, por lo que debo mantener la cabeza levantada para mirarle. Su colonia se cuela por mis fosas nasales, y una vez más me siento estúpida por pensar en lo embriagadora que es. 

InocenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora