Soneto de la dulce queja

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Decido hacer caso omiso de su extraño comportamiento y retomo mi atención a las pantallas de seguridad. Avanzo rápidamente las horas del día en busca de algún indicio que pueda arrojar luz sobre la misteriosa muerte de Samantha.

De repente, veo una imagen que me hace detenerme en seco. Es Samantha, el día de su muerte, entrando a la casa de los Renaldi. Lo más sorprendente es que tiene una llave en la mano. ¿De donde la ha sacado? El tipo del bar dijo que incluso se pelearon porque Mario no quería darle una. Intrigada, sigo observando cómo se desplaza por la casa.

Samantha avanza silenciosamente por el pasillo, su mirada curiosa y decidida. Finalmente, llega a la habitación de Mario, quien se encuentra concentrado dibujando lo que parece ser un plano en una mesa. Decido observar con más detalle, esperando encontrar pistas.

—Hola, guapo, ¿qué estás haciendo? —Samantha rompe el silencio con una sonrisa coqueta, tratando de iniciar una conversación mientras se acerca a Mario, que permanece concentrado en su tarea.

Mario levanta la mirada, evidentemente molesto. —No es el momento, Samantha. Estoy ocupado.

Ella se acerca, con una mirada desafiante en sus ojos.

—Vamos, Mario, siempre estás ocupado. Deberías tomarte un descanso y divertirte un poco. —Samantha pasa un dedo por el pecho de Mario, buscando su atención.

Mario aparta su mano con brusquedad y le lanza una mirada fría.

—No estoy interesado, Samantha. No necesito tus juegos. —Mario le responde con firmeza, su voz cargada de rechazo. La tensión en la habitación se vuelve más palpable.

Ella parece herida por su rechazo, pero persiste, tratando de seducirlo con un aire de desafío.

—Sabes que siempre has sentido algo por mí, Mario. No puedes negarlo —insiste, acercándose a él de manera coqueta, como si pudiera conquistarlo con un simple gesto.

Mario, sin embargo, no cede ante su provocación. Su paciencia se agota rápidamente, y su tono de voz revela su creciente enfado.

—Tú eres la persona más delirante que conozco. —Espeta con amargura mientras clava sus ojos en los de Samantha.

—Tu hermano me ha dejado. —Ella le mira con una expresión decidida, buscando una respuesta a su propuesta. —Podemos estar juntos, ¿qué lo impide? —Se acerca aún más a él, intentando seducirlo.

Mario le dedica una mirada que haría retroceder a cualquiera. Sus ojos destilan un desprecio que no puede ocultar.

—Preferiría cortarme la polla a metértela a ti. —Sus palabras son crueles, pero expresan su firmeza. —No tiene que ver con mi hermano, tiene que ver con la dignidad de no follarme a alguien como tú. A él lo engañaste, a mí no, y gracias a Dios te ha dado la patada. No tendré que soportarte más. —Sus palabras son un claro rechazo a cualquier posibilidad de reconciliación.

Samantha retrocede, herida y con los ojos llenos de lágrimas, abrumada por el contundente rechazo de Mario. Su orgullo herido la lleva a salir de la habitación, pero antes de hacerlo, mira a Mario una última vez con una mezcla de resentimiento y desilusión en su rostro.

—Te arrepentirás, te lo juro, Mario. —Dice ella con determinación, lanzando una amenaza que parece llevar consigo una gran carga emocional.

Mario, sin embargo, no parece afectado por su palabras. Se queda solo en la habitación, mirando fijamente el dibujo que estaba creando antes de la intrusión de Samantha. Su expresión es imperturbable, como si hubiera superado por completo ese capítulo de su vida.

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