Gacela del mercado matutino

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Debo ser la persona más inconsciente del país. Ese pensamiento me cruza la mente mientras observo la fachada de la mansión Renaldi.

Esta mañana, Mario, me ha enviado un mensaje citándome a la hora de comer en su casa. Y aunque he insistido, no me ha dicho el motivo.

Hace nada más que una semana, admitió ser el culpable, y aquí estoy, yendo a su cita.

Debo ser adicta al miedo. Aunque sé que es peligroso, algo en mí no puede resistir la curiosidad por saber más, incluso a sabiendas de lo que puede pasar.

Sin perder tiempo en llamar al timbre, empujo la puerta y entro en la casa. —¿Mario? —pregunto, avanzando más adentro.

Sé que Marco no está, su coche no está aparcado fuera. Estar a solas con alguien que sé que es un asesino puede no ser la mejor idea. Aunque, por alguna razón, tengo la sensación de que no me hará nada... Si hubiera querido hacerlo, podría haberlo hecho en cualquiera de los momentos en que hemos estado solos, pero nunca lo hizo. Y sé que gran parte de que Mario no me haya hecho nada se debe al aprecio que siente su hermano por mí.

Camino por el pasillo hacia su estudio imaginando que debe de estar ahí. Una mala sensación comienza a apoderarse de mí mientras el sonido de mis botas resuena en el suelo.

Al llegar al estudio, lo primero que percibo es el olor, incluso antes de notar la presencia de sangre.

Conmocionada, sigo el rastro de sangre que se extiende frente a mí por el suelo del estudio, hasta llegar a una esquina de la habitación. Allí yace un gato, abierto en canal. Junto a él, me encuentro con Mario, sentado con la espalda apoyada en la cristalera, respirando profundamente con los ojos cerrados, su mano sujeta con firmeza un cuchillo enorme, manchado de sangre.

La falta de aire comienza a apoderarse de mí, sin poder apartar mi mirada del pobre animal que yace sin vida. Mario percibe mi presencia y abre los ojos, clavándolos en los míos. Sus respiraciones profundas para calmarse se pierden y comienza a respirar agitadamente.

—Vete. —Ordena con odio, su mirada cargada de ira.—Vete o acabaras como él. —Su puño se aprieta de nuevo en torno al mango del cuchillo mientras lo blande hacia mí.

—¿Has sido tu? —Logro preguntar entrecortadamente.

—Lo has sabido desde el principio. No te hagas la sorprendida. —Trago saliva mientras doy un paso hacia atrás, aterrada.

Él se levanta, su mirada es oscura mientras me mira. Ni siquiera puedo reconocerle.

Con un paso atrás, el pánico se adueña de mí, un frío desagradable corre por mi espina dorsal. Sin esperar más, sin analizar, solo reacciono. Mis pies se mueven antes de que mi mente procese la orden. Salgo corriendo de esa habitación.

De camino a la puerta me cruzo con Marco, que acaba de llegar, me mira sorprendido, pero rápidamente nota que algo sucede. Tira su americana al suelo y corre al estudio de su hermano.

—Joder. —Oigo que murmura entre dientes, pero no puedo detenerme, mi objetivo es la salida. Cuando alcanzo la puerta, justo antes de lograr abrirse, una mano se posa sobre ella y la cierra por encima de mí.

Alzo la mirada y me encuentro con Marco, bloqueando mi camino, impidiéndome la salida. Sus ojos muestran preocupación.

—Déjame salir. —Ordeno mientras intento que mi voz no tiemble.

Marco niega con la cabeza. Mi corazón late con fuerza, la ansiedad palpita en mi pecho. Reviso rápidamente detrás de él, temerosa de que su hermano aparezca. Conozco la lealtad de Marco hacia su hermano, su disposición a hacer cualquier cosa para protegerlo. ¿De qué más será capaz?

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