Agua, ¿dónde vas?

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Aparco delante de la cafetería donde he quedado con mi fuente, Gabriel, el ayudante de la abogada de Marco. 

Ayer se decretó secreto de sumario del caso, por lo nadie que tenga que ver con el caso puede filtrar nada, pero Gabriel ha aceptado quedar conmigo, he de decir que un poco manipulado, ya que no sabe que estoy trabajando en un reportaje sobre su cliente. 

—Buenos días. —Saludo sentándome delante del chico. Es el joven que vi que acompañaba a la abogada de Marco en la vista. Es delgado, un poco más alto que yo, y de sonrisa marcada por hoyuelos, sus ojos verdes se esconden detrás de unas gafas de pasta, y su pelo castaño y rizado le dan un toque más joven de lo que de por sí es. 

Debe tener la edad de Marco, y a aún así, parece muchísimo más joven que él. 

—Buenos días, Nina. —Me sonríe afectuosamente. Un latigazo de pena me recorre el pecho, me da lastima que piense que he querido quedar con él porque me interesa su trabajo y que estoy pensando en hacer un reportaje sobre los ayudantes de abogacía, cuando en realidad solo quiero información de su cliente más mediático. 

Después de que el camarero nos tome nota, y nos traiga nuestros pedidos él me mira con una sonrisa. 

—¿Y bien? ¿Qué quieres saber? —Cuestiona. Me ajusto bien la gorra de beisbol que llevo, no quiero que nadie le vea hablando conmigo, si alguien me reconoce como periodista, sabrán que él está pasando información, por lo que le podrían despedir, además de imputar. 

—Puedes empezar explicándome como es ser tan joven y poder asistir a un caso como el de Renaldi. —Digo sin querer irme por las ramas, sé que me la juego diciéndoselo así, pero ha de saber que es famoso, ahora que su cara, como la de su jefa, está asociada al presunto asesino. 

Él frunce un poco el ceño, pero al cabo de unos minutos termina relajando la cara de nuevo, supongo que dándose cuenta de que es algo que no se puede esconder, cuando todo el país le ha visto sentado al lado de Marco Renaldi en la vista previa al juicio. 

 —Bueno, es un caso fácil. —Me dice antes de tomar un sorbo de su café. 

—Nuestro cliente es inocente, y solo tienen una prueba fácilmente desmontable, por lo que el juicio será fácil de ganar. —Me dice muy seguro de si mismo. 

—Sí, pero entre tu y yo, ha sido él. —Digo tranquilamente simulando que no me interesa mucho el tema. Gabriel se encoje de hombros. 

—Yo le creo. —Dice y parece sincero en sus palabras. —Estuvimos durante el interrogatorio y he estado investigando también, y no ha sido él. —Me explica jugueteando con la cucharilla de su café. 

—¿Es complicado defender a una persona que ya ha sido juzgada públicamente? —Cuestiono intentando hacer parecer que la cita sigue siendo sobre lo que le he dicho: Su trabajo como ayudante de abogado. 

—El juicio importante y que realmente vale es el que se disputa dentro de la corte, lo que piense la gente es irrelevante cuando nuestro cliente se sienta en el banquillo de los acusados. —Me explica. Me muerdo el labio, asintiendo. 

—¿No es difícil creer todo lo que dice la prensa y creer en tu cliente? —Gabriel se encoje de hombros. 

—Al principio sí, pero entre cliente y abogado existe el secreto profesional, y el cliente para ser ayudado debe explicarle la verdad a su abogado. —Asiento mirándole fijamente a los ojos, preguntándome si sabe que es muy probable que esté a punto de romper ese secreto profesional. —Y Marco, siempre ha defendido que es inocente, cuando no tendría porque hacerlo, no al menos delante nuestro. —Trago saliva. 

InocenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora