Gacela del amor desesperado

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Me despierto aturdida, sin saber en qué momento me he quedado dormida o inconsciente.

Recuerdo a Marco tapándome la boca con cinta, susurrando que no quiere hacer esperar a su hermano menor. 

La oscuridad que me rodea es absoluta, como un manto pesado que me oprime el pecho. Intento moverme, pero mis muñecas siguen atadas. El frío sigue colándose a través de la falda de mi vestido, que ahora parece una elección tan equivocada como dolorosa. Cada centímetro de mi piel se eriza al contacto con el aire helado, y me maldigo una y otra vez por no haber pensado en algo más adecuado, algo que me hubiera ofrecido al menos un poco de abrigo en esta pesadilla.

El silencio es abrumador, solo interrumpido por el eco distante de mis pensamientos. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que Marco se fue, pero cada segundo se siente como una eternidad. La ansiedad se instala en mí, enroscándose en mi pecho y dificultando mi respiración.

Lucho por mantener la calma, recordando las advertencias de Mario, sus súplicas por que me mantuviera alejada de su hermano. El eco de sus palabras resuena en mi mente, y cada recuerdo me hace sentir más culpable por haber ignorado sus advertencias.

Sé que Marco ha comenzado a cometer errores. Se ha salido de su modus operandi habitual, lo que me da una leve chispa de esperanza. Sigo con vida, y eso se debe a la inesperada interrupción de su hermano. Tal vez, solo tal vez, esto sea una oportunidad para escapar de las garras de este monstruo que parece perder el control.

Un ligero ruido interrumpe mis pensamientos. Es un crujido, un sonido sutil que proviene de la puerta. Mi corazón se acelera y mis sentidos se agudizan, cada pequeño detalle cobra una nueva importancia.

Oigo pasos que descienden con rapidez, y una figura se recorta en la oscuridad. No necesito luz para saber de quién se trata.

Su colonia, su presencia, todo en él es electrizante. Reconozco a Mario antes de verlo, y una mezcla de alivio y temor se arremolina en mi interior.

—Maldita sea, Nina... —maldice en voz baja mientras se acerca con rapidez. Con manos temblorosas pero decididas, me quita la cinta de la boca, y luego sus dedos recorren mi rostro, inspeccionando en busca de alguna herida. Su preocupación es palpable, y aunque su toque es suave, no puedo evitar estremecerme, aún asustada y confusa.

El miedo no se ha disipado del todo, y la adrenalina sigue corriendo por mis venas. Apenas puedo respirar, intentando procesar lo que acaba de ocurrir, y la realidad de que Mario está aquí, a mi lado, me sobrecoge.

—Nina... —su voz es un susurro lleno de culpa y angustia, como si llevara el peso del mundo en sus hombros. Me mira a los ojos, buscando alguna señal de que estoy bien, pero todo en mí está roto, fragmentado.

—Tienes que ayudarme... —suplico entre lágrimas, mi voz quebrada por el miedo y la desesperación. Mis manos tiemblan mientras lo agarro con la poca fuerza que me queda, aferrándome a la única esperanza que me queda en esta pesadilla.

—Nina... —Mario aparta la mirada un segundo, su mandíbula tensa, claramente luchando con algo que no me está diciendo. Sé que está debatiendo en su interior, y eso me aterra aún más. 

—Por favor... —suplico con un nudo en la garganta, aferrándome con desesperación a su sudadera. Mis manos tiemblan incontrolablemente, pero no puedo soltarlo. No después de todo lo que ha sucedido. Él es lo único que me separa de Marco.

Mario me observa con los ojos llenos de una mezcla de tristeza y resignación

—No puedo, no puedo ir en contra de mi hermano, es todo lo que me queda... —murmura con la voz quebrada, llena de conflicto y dolor. Sus palabras caen sobre mí como un peso insoportable, aplastando la pequeña esperanza que había comenzado a surgir.

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⏰ Última actualización: Oct 18 ⏰

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