Cada quien vive sus propios tormentos.
Los míos me trajeron hasta donde estoy hoy, no sin antes intentar hundirme. La muerte me miró a los ojos una noche de febrero de 2010, recuerdo la sangre manar a borbotones de mis entrañas, me ahogaba, desapare...
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Esta noche déjame verte. Besar cada lunar, cada cicatriz, cada centímetro de ti.
Que cada beso sea una bandera de conquista en tu cuerpo, y cada caricia sea un nuevo camino que deba marcar en mapas, porque adentrarme en ti es correr el riesgo de perderme, llenarme de escalofríos por encontrarme ante la droga más adictiva entre cada movimiento de cintura.
No dejaré que cubras tu rostro, alejaré las sábanas y todo aquello que puedas usar para ocultarte que te quiero libre, sin ataduras, sin máscaras, y con los ojos bien abiertos.
Esta noche déjame amarte y hacer que te ames, sentir esa ola de éxtasis al mirar tus ojos y el mar completo al naufragar en tu boca. Mirar tu piel erizada, al encontrarse con mi aliento, desde tu cuello hasta el monte de Venus.
Déjame encender la luz, resbalarme por esos defectos que aseguras tener, tomar de punto cardinal tus estrías y de señalamiento cada marca que te ha plasmado la vida.
Dile a la inseguridad que al irse cierre la puerta, que esta noche quiero que seamos dos.
Tocarte como quien lee los mejores versos en braille, pero esta vez, no a ciegas porque hoy el interruptor se queda arriba.
Y también tú...
Si quieres.
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