Aprendiendo a estar sola...

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¡Me cansé! Ya no puedo más

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¡Me cansé! Ya no puedo más...
Me encuentro entre café, hojas, benzodiacepinas, despedidas y recuerdos. 

He estado dándole un repaso a mi vida y
me di cuenta de que estoy perdida.
Estuve haciendo cosas que no quiero, saliendo con la gente equivocada, a los lugares erróneos.
Dejé de tomar café y tocar el piano, incluso perdí a propósito
aquel suéter ridículo color rojo que tanto me encantaba.

Cambié mi manera de hablar, mi opinión, mis principios, por darle en el gusto a los demás.

Me he olvidado de mí y lo que quiero. 
Me desconocí, pues arrojé al abismo todo lo que me hacía ser yo
«por agradar, quedar bien, ser parte de algo»
porque la soledad no era una opción en mi vida. 

Desde pequeña, siempre escuché que debía buscar ser aceptada, hacer lo que veía para pertenecer a algo.
La palabra «rara» me la han dicho tantas veces que he perdido la cuenta. ¿Acoso escolar? ¡Para qué les cuento!

«Sigue la corriente» me dijeron. Y ¿para qué? 
Para que alguien más pudiera sonreírme, amarme, hablarme o simplemente mirarme.

Tuve que cambiar tantas veces mi manera de vestir,
dejar de escuchar aquella música ruidosa que tanto me encanta para evitar ser la extraña, la chica del fondo a la que nadie se le acerca. 

Llegué a tomar algunas bebidas amargas para poder tener aunque sea unas cuantas pláticas, las cuales detesté hasta el último momento, pero estaba «acompañada» y con eso me basta, o eso pensaba.  

Di mucho tiempo, decía «sí» cuando quería gritar «no»,
me tragué las lágrimas, pedí perdón a quien nunca dañé,

y, aun allí, rodeada de gente...
no tenía a nadie.

Toqué fondo cuando mi voz interior también se trastornó.
Había una múltiple personalidad en mi subconsciente.
Tenía miedo de escuchar risas, volver a ser señalada.
Habitaban tres máscaras sobre mi piel.

Me ahogaba mi recuerdo,
la soledad estaba en mi puerta. 

«Elígete a ti» me escribía en cartas;
le respondí a esa yo, quemé las caretas, la dejé entrar,
la conocí y me encontré a mí.

¿El final?
Aquí estoy...
sola, 
pero jamás me sentí tan acompañada.

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