Cada quien vive sus propios tormentos.
Los míos me trajeron hasta donde estoy hoy, no sin antes intentar hundirme. La muerte me miró a los ojos una noche de febrero de 2010, recuerdo la sangre manar a borbotones de mis entrañas, me ahogaba, desapare...
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Aun si comprara un boleto de avión que me lleve al otro lado del mundo, a millones de kilómetros, jamás podría estar lo suficientemente lejos como para que dejes de dolerme. El viento se acostumbró tanto a escuchar tu voz que la trae consigo cada vez que creo olvidarla, y vuelve a dolerme como si no me hubiera dolido antes. La escala del dolor debería modificarse y el punto máximo debería ser tu nombre, que de solo trazarlo en el aire se me hace un nudo en el pecho.
Debo dejar de escribirte poesía, son las cuatro de la mañana, ni siquiera encuentro algo que rime contigo y no hablo de palabras, no puedo ni seguir la gramática, por eso opté por un verso libre, no tan libre como yo quisiera porque sigue siendo tuyo.
Me encuentro a cinco centímetros de escuchar tu voz y me falta el valor de pulsar las teclas, y el minutero haciéndome presión mientras avanza hacia el minuto treinta gritándome que dentro de poco amanece y entonces, será otra madrugada más que te dedico sin quererlo y tú sin saberlo.
Te juro que no es orgullo, podría asegurar que es miedo. Porque, así tuviera el valor de llamarte, no sabría ni qué decir para justificar el haberte despertado y no sé si eso sirva de algo. Si pudiera pronunciar un "te echo de menos", ¿volverías? Lo estoy dudando y eso me aterra aún más que estar con las luces apagadas tendida en el piso como si no tuviera juicio.
Pensar que el último beso que me diste no lo aproveché lo suficiente, y no puedo recordar si el sabor era de un adiós o un hasta luego, por eso es que quiero encender el coche e ir a buscarte, pero tengo una balanza en la cabeza donde, por un lado, está mi dignidad y, del otro, el suplicarte. Con una no obtengo nada y con la otra puede que lo tenga todo. ¡Ya no sé qué estoy diciendo! La falta de sueño está haciendo estragos con mi vida o eres tú quien sigue haciendo de mí a su antojo. Fue culpa mía el permitirte envolverme en tus ojos. Siempre fue una trampa eso de jugar a mantenerte la mirada. Tonta yo que caía hacia ti sin oponer resistencia. Te hacías experto en mí y yo seguía siendo la misma novata en ti. Pero estoy aquí, debatiéndome entre la vida y tomar las llaves del coche, escribirle el final a este texto o dejarlo en puntos suspensivos, aguardando una palabra tuya que continúe la segunda parte o la quinta, si así lo prefieres.
No quiero cerrar este libro, me falta poner tu nombre en la dedicatoria, nos faltan capítulos que quedaron en borrador, dijiste que los llenaríamos y yo, ilusa, lo creí todo.
Ya son las 5:00 a.m., estoy aún con el separa hojas en esta página de suspenso, tú decides si coloco un punto final o una coma...
(Colgó)
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