Cada quien vive sus propios tormentos.
Los míos me trajeron hasta donde estoy hoy, no sin antes intentar hundirme. La muerte me miró a los ojos una noche de febrero de 2010, recuerdo la sangre manar a borbotones de mis entrañas, me ahogaba, desapare...
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No hay nada que yo no haría por verte sonreír.
Olvidaré mi dolor, omitiré los problemas y daré hasta mi último aliento por hacerte ver que en medio de la hostilidad y, aunque parezca que solo hay iniquidad hasta debajo de las piedras, aún existe algo bueno por lo cual vivir.
Aunque caigan cientos de granadas y la ciudad se inunde de balas, se destruya la casa y cada muro del país, sacaré fuerzas de lo que en mi reserva queda para que no te falten mis brazos al dormir.
No tengas miedo, que mientras viva te protegeré y me inventaré mil cosas para que sigas soñando, secaré tus lágrimas, repararé tus alas, y aun allí, en mi última sístole, en la última sinapsis de mis neuronas, que Dios me dé el coraje para que te lleves mi más grande sonrisa, el mejor de mis abrazos y lo mucho que te amo.
No cuestiones, no reclames, volveremos a estar juntos en ese castillo que te prometí.