Mi yo de la noche vs mi yo de la mañana

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Mi yo de la noche siempre es un desorden,
un ático con recuerdos de primavera y un pino de navidad,
cartas por montones y cenizas de otras más,
frascos de lágrimas amargas
y una gran capacidad de volcar el mundo hacia ninguna parte.

Mi yo de la noche no conoce límites
y tampoco entiende que ya es bastante tarde
para mandar un mensaje.
Su facilidad de decir secretos que había jurado guardar
sí que me deja boquiabierta,
y de su habilidad de crear problemas en plena madrugada,
no quiero hablar. 

A las dos de la mañana se le activa el botón de sinceridad
y nada bueno pasa después de las tres,
se embriaga de nostalgia,
llena de palabras la PC
y, por si fuera poco, se enamora de todo intento fallido de labia,
porque en su cabeza siempre ordena cada frase mal redactada,
se ilusiona más que un niño en noches de invierno
y se recita punto a punto recuerdos de hace tres eneros. 

Si te platico de las lunas llenas... 
¡Qué puedo decir! 
Se le va el agua a la cabeza y explota de extremo a extremo,
en cualquier punto cardinal, entre nostalgia y felicidad. 

Crea más enredos que audífonos en el bolsillo,
le preocupan cosas que ya había solucionado
y llora por cosas que ni han sucedido.

Y...  mi yo de la mañana, 
tiene que reparar todo lo que hizo mi yo de la noche,
poner de vuelta al mundo entre Venus y Marte,

regresar la luna a su sitio
porque seguro que se la ha bajado a alguien.

Mi yo de la mañana tiene un equilibro emocional
nivel Dalái Lama,
toda crisis existencial vuelve a cobrar sentido
a las ocho de la mañana,
para las diez ya haber convertido el huracán en sereno,
la era de hielo en verano
y cuarto para las tres dejar en claro su situación sentimental: de complicada
a estable sin trastornos bipolares. 

El té de Valeriana se queda en último lugar
si de nervios pacíficos se trata
porque trae el modo zen activado,
aun en sus ojos después de un café expreso tomado de golpe. 

Y no sé si es el sol,
la luna o mi ritmo circadiano es un estudiante de teatro,
porque de día resuelvo lo que de noche repito
que no tiene arreglo. 

¡Quién va a entenderme
si ni yo puedo!

¡Quién va a entenderme  si ni yo puedo!

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