Cada quien vive sus propios tormentos.
Los míos me trajeron hasta donde estoy hoy, no sin antes intentar hundirme. La muerte me miró a los ojos una noche de febrero de 2010, recuerdo la sangre manar a borbotones de mis entrañas, me ahogaba, desapare...
Nadie estuvo para ver su dolor, simulaba una sonrisa en su rostro y le creían, pero nadie diagnosticó sus ojos. Un médico más que poco habla de sí mismo y se distrae leyendo un expediente descifrando cientos de cuerpos ajenos, sin escuchar el suyo. Todos veían al hombre de bata blanca que cargaba una máquina de escribir de media tonelada por los pasillos, pero nadie vio al niño que habitaba detrás de su robusta capa y lloraba por amor.
¿Cuántos corazones sanaste y no hubo quien rescatara el tuyo? ¿Cuántas historias escuchaste y nadie te escuchó a ti?
¿Quién te vio tragando esas píldoras en seco para poder llegar sonriendo al paciente de la cama veintiuno? De la mano llevaste a esa mujer de vuelta a casa, pero en casa a nadie tuviste. ¿Cuántas muertes evitaste con envidia porque quien quería morir eras tú?
Tomaste ese vuelo hoy, sorprendidos están todos, pero realmente llevabas años diciendo adiós. Siempre viste a un padre antes que una radiografía, siempre viste a una madre antes que un ultrasonido, siempre viste un hijo antes que un valor numérico, siempre viste un abuelo antes que un diagnóstico,
Nosotros, expertos en dolor y nunca supimos ver el tuyo.
En memoria del Dr. Blancas
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