Euforia

205 23 0
                                    

Todo lo que sentí fueron sus manos. Su roce suave; su piel caliente. No era necesario nada más para provocar que un volcán de emociones encontradas hiciera erupción dentro de mí, y a la vez, me hacía falta todo de él.

Cuando Sammuel se marchó de mi habitación, yo era un manojo de sentimientos encontrados. Estaba sudada en pleno invierno. Mis músculos estaban tensos y tenía la respiración cortada. Aquel era el efecto que el pelinegro ejercía sobre mí. La palabra “amigos” en boca de Sam carecía de todo significado. Jamás podríamos ser amigos entre tanto explotaran entre nosotros todos aquellos deseos silenciosos, ávidos de conseguir una realización.

Decidí tomar un baño para recuperar la compostura y refrescarme antes de ir a la cama. Estaba tan agitada que era necesaria una distracción para caer de vuelta a la tierra. Llené la tina y cuando el agua estuvo lo suficientemente caliente como para mi gusto, me sumergí en ella, intentando desterrar todo recuerdo de Sammuel de mi cabeza. Un descanso de mi pensamiento sería bastante bien recibido, por lo que, jugando con el agua, terminé imaginando a Lachlan nadando en el lago. Parte de mí solo esperaba que, queriendo evocar a Lachlan de alguna forma, el nombre de Sam se desvanecería de mis labios. La realidad, sin embargo, no podía estar más alejada de mi desesperada súplica al universo.

Solo somos y seremos amigos, me repetía a mí misma constantemente en un tortuoso recordatorio. Quizás no seamos nunca nada más que solo aliados.

Sentía mis mejillas sonrojadas y el calor no brotaba del agua, sino de mi piel. Recordando las manos de Sam entre mis dedos, di un suspiro en el que se me fue parte del alma y quise interrumpirlo sumergiendo mi rostro en la bañera.

Estaba en un temblor por la exaltación. Excitada y a la vez resentida con él. Por él. Ni siquiera sabía si era posible tener dos sentimientos tan opuestos el uno de otro por una misma persona. Era una contradicción constante que nunca había existido en mi cabeza y ahora se levantaba como la única realidad absoluta. Sammuel me atraía tanto como me repelía. Todo su ser era para mí sinónimo de deseo, lujuria, resentimiento y odio. Lo aborrecía con la misma intensidad con la que lo adoraba y no sabía qué hacer para controlar la urgente necesidad de tenerlo entre mis manos.

Salí de la tina y me enrollé en una toalla. Con toda la libido por los cielos, esa noche me apetecía sentirme sexy. Quizás solo para mí, o quizás para alguien más. Me vestí con mi juego de lencería favorita; aquel que era de encaje negro y se ajustaba a la perfección a mis delicadas curvas.

Nunca había sido precisamente delgada como modelo de revista. Estaba orgullosa de mi escote; no muy pronunciado, pero bastante redondeado. Mis caderas siempre habían sido anchas, tenía muy buen trasero y la cintura pequeña era mi mejor característica. Con el cabello húmedo y alborotado, cayendo en ondas negras sobre mi espalda y los labios rojos de tantos mordelos para desterrar a Sam de mi mente, regresé a mi habitación poniendo seguro en la puerta del baño. Hice lo mismo con la del pasillo y, sintiéndome bastante acalorada por la situación, me dispuse a ir a la cama. Cuando me volteé, sin embargo, tuve que dejar escapar un quejido ahogado por una mano ajena al ver a Sammuel de pie frente a mí.

Él llevaba su cabello recogido a la perfección y solo un mono gris cubría su cuerpo dejándome saber qué, tal vez, ni siquiera llevaba ropa interior debajo. Su torso desnudo me hacía recordar la noche en la que lo vi con Helena frente a mis narices. Su mano tapaba mi boca para que no gritara al verlo irrumpir así en mi privacidad, y cuando estuvo seguro de ello, la movió sobre mi rostro con gentileza hasta que su dedo índice terminó delineando mis labios.

—Supongo que esta es mi penitencia por jugar contigo la otra noche —sonrió totalmente consciente de lo que me disponía a hacer y pasando sus ojos ávidos de mí por todo mi cuerpo.

El Valle De Los Lobos ✔️ [Libro 1 Saga De Los Dioses Caídos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora