Sara permaneció el resto de la mañana y gran parte de la tarde encerrada en su dormitorio. Hizo caso omiso a todos las tentativas de Pizarro por hablar con ella, enviándole a su perro fiel, Constanza, como emisario. No quería verlo. En aquel momento le aborrecía con cada pulgada de su nívea piel. Esa aciaga mañana el capitán había despertado sus visiones más espeluznantes. Aquellas que ya creía haber dejado atrás. En otro tiempo. Siempre había odiado las armas, a pesar de que su padre fue militar, y las detestó aún más tras el asesinato de su familia y de su propia parálisis a causa de un certero disparo en el cuello. Todos sus fantasmas se alzaron de nuevo del remoto lugar cavernoso en el que reposaban para atormentarla. Gaspard era el culpable. Era el único responsable de que se hallara otra vez al borde del abismo. Tras el espanto vino la conmiseración. La lástima universal por sí misma. Arrastrada a vivir otra centuria, otra época, y sin embargo seguir padeciendo la indiferencia de la gente. –« ¿Por qué Dios tenía que ser tan cruel con su alma? ¿Por qué no había elegido la sustancia de un espíritu puro para su reencarnación? ¿Fue tan mala en otra periodo, quizá en el Renacimiento o la Prehistoria, para sufrir tormento durante dos vidas más?». Un karma demasiado insoportable. Tras la pena por sí misma vino el abatimiento y el abandono en brazos de la soledad. Aquella que había sido su sola compañía durante gran parte de su vida pasada, y que por otra parte, siempre había sido benévola con ella. Jamás le reprochaba nada. Siempre permanecía a su lado devota. Era la única que no la había desamparado, y decidió entregarse a sus gélidos brazos. No quería ver a nadie ni tampoco hablar con nadie.
A mediodía decidió comer en su cuarto en el más estricto encierro. No tenía hambre, si bien se obligó a llevarse a la boca unos pedazos del faisán asado, que un sirviente le subió ya troceado, pensando en la podredumbre que se alojaba a escasos pasos de ella, en la calle y en cada esquina de la ciudad. También dio unos cuantos sorbos al rico vino tinto que le sirvieron con la comida. Tras ello, embriagada por el morapio más que por la comida que apenas probó, se dejó caer abúlica sobre la telliza que cubría la cama con palio y se quedó amodorrada. Despertó asustada quizás unos minutos después o tal vez una hora más tarde. Nunca lo supo y se incorporó en el lecho. – « ¿Había escuchado el relincho de un caballo o quizás era producto del sueño?». –Se levantó como un resorte y corrió hacia los cristales del mirador.
Fue entonces cuando lo vio. En la calle, bajo su terraza. Un hermoso ejemplar ecuestre de largas crines negras y rizadas. El animal relinchaba y bufaba inquieto golpeteando sonoramente sus cascos contra el empedrado de la calle. Sara le dedicó una tímida sonrisa. Los equinos siempre se le habían antojado los animales más bellos de la tierra, y aquel en verdad lo era. La bestezuela levantó la testuz y pareció mirarla con sus brillantes ojos renegridos. De sus ollares escapó una exhalación neblinosa y un renovado relincho de sus belfos. Al cabo de unos instantes, apareció su formidable jinete, y montó seguro sobre la silla de cuero que cubría su lustroso lomo. El hombre vestía casi en su totalidad de púrpura y escarlata, dos tonalidades bastante estridentes si las combinabas. Si bien ella estaba al tanto de que era lo propio del periodo barroco. Prendas muy ornamentadas, sobradas y de colores llamativos. Una casaca morada cubría el excelente cuerpo del caballista hasta las rodillas con las abundantes vueltas de las mangas en color rojo sangre. Bajo la casaca sobresalían los puños de la camisa que era blanca. Sobre la guerrera, y amarrada al cinturón con una cinta, colgaba una espada. Las largas y fornidas piernas las envolvían unos calzones greguescos de paño amarillo hasta la rodilla, y a partir de ahí eran revestidas por unas botas de embudo de cuero pardo. Sobre la cabeza destacaba la ostentosa pluma bermellona de su chambergo pardusco de ala ancha. Llevaba el pelamen largo y castaño, anudado en una coleta baja, y una capa amplia y corta que colgaba de un hombro tapaba todo el majestuoso conjunto. El pedazo de rico paño se movió ligero, tapizando parte de los cuartos traseros de la magnífica bestia que montaba, y el caballero pareció estar en plena simbiosis con el rocín.
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Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)
Historical FictionEn el día de su decimosexto cumpleaños la joven Sara Galván experimentará como toda su vida da un giro radical... Los terribles acontecimientos vividos esa fatídica noche La llevarán a vivir una emocionante aventura cargada de amor y misterio en el...