III

26 2 0
                                    

¡Papá! –Gritó Sara. Sus cuerdas vocales rotas por la aflicción. –« ¿Por qué, por qué? ¿Por qué sucedía todo ese horror?». –Era el día de su cumpleaños. A partir de ahora lo recordaría como el día más aciago de su corta vida. Su delgado esqueleto se retorció entre los brazos de su secuestrador. De aquel trozo de carne insensible al género humano.

Bárbara no pudo soportarlo más. El llanto quemaba su cara sin compasión. –« ¿Qué importaba ya lo que sucediera?». –Su hijo menor y el amor de su vida habían muerto. Se hallaba al borde de un ataque de ansiedad. Cuando el asesino se incorporó del suelo y sin ninguna piedad vociferó a sus compinches.

– ¡Apresad a esas zorras! Esto se ha ido de madre. Debemos eliminarlas también a ellas. Recordad que debe parecer un allanamiento que salió mal. No podemos dejar ningún cabo suelto. –Inmisericorde se dio la vuelta sin esperar a más, alzando sus manos cicateras hacia el interior de la caja fuerte, para hacerse con los documentos secretos por los que con seguridad, cobraría una preciada cantidad de dinero.

–« ¡Iban a asesinarlas!». –Pensaban acabar con sus vidas como ya lo habían hecho con las de su padre y hermano. Sara sintió como el cerote ascendía por su estómago a horcajadas ahogando su gaznate. Pese a ello se debatió aún más entre los miembros del asesino a sueldo sollozando a viva voz. Entretanto el otro levantaba por un hombro del suelo a su madre. Sin importarle el menoscabo que le causara. Fue arrojada al costado de su destrozada progenitora. Las iban a ejecutar allí mismo en medio de la sala. Se lanzó a los brazos de su madre lamentándose. Bárbara trató de protegerla en vano. Los dos carniceros se colocaron a ambos flancos.

La mente de Bárbara cavilaba a la velocidad del rayo. Intentaba buscar una solución que le permitiera salvar la vida de su sucesora. –« ¿Cómo podía socorrer a su princesa?». –Era su madre. No podía permitir que también ella muriera. Debía intentar algo. Los asaltantes disponían ya sus armas para dispararles a quemarropa en las sienes cuando suplicó. – ¡Por favor, por favor! Permitidnos al menos despedirnos. Tened misericordia de esta madre. Vosotros también tenéis madres. ¡Por favor! –Los dos hombres se miraron el uno al otro. Su jefe, sentado sobre uno de los sillones existentes en la espaciosa sala, revisaba los pergaminos que le iban a costar la vida a toda la familia Galván. Miró solo por un instante a sus cómplices y les dijo.

– ¡Dejadlas un minuto a solas! Esto ya está liquidado. No importa. –Nuevamente volvió distraído su atención a las cédulas. Los impíos no hablaron, solo asintieron a la orden de su caudillo, apartándose de ellas unos metros sin dejar de vigilarlas.

Sara miró a su madre a través del velo de humedad que achicharraba su fino rostro y vio determinación en su oscura mirada. La mujer con firmeza tomó sus manos entre las suyas y bajó el tono de voz lo suficiente para no ser escuchada más que por su hija. – ¡Sara, cariño! Intenta calmarte. Tienes que ser fuerte. Te prometo que todo acabará muy pronto. –Intentaba convencerse a sí misma e infundir arrestos en la joven y horripilada muchacha, que confundida preguntó.

– ¿De qué estás hablando, mamá?

– ¡Habla más bajo, cariño! Recuerda que piensan que nos estamos despidiendo. No pienso dejar que te maten. No pienso consentirlo. –Los ojos de Sara se abrieron inmensos. Intuía la temeridad que la mujer estaba a punto de llevar a cabo. – ¡Escúchame! Cuando yo te diga, sal corriendo. No mires atrás por nada del mundo. Oigas lo que oigas. ¿Entendido? Corre hacia la puerta tan veloz como puedas. Sé que puedes lograrlo. Recuerda tus entrenamientos en la pista. ¿Eh? –Le sonrió atusándole la larga coleta que tantas veces le había hecho de chiquilla. Le habló y volvieron a correr lágrimas renovadas por sus rojos malares. – ¿Recuerdas hace dos años cuándo ganaste aquella medalla en las pruebas de atletismo? –La muchacha confirmó llorosa. – ¡Bien! ¡Corre como ese día! Acuérdate de tu padre y tu hermano. De lo contentos que estaban y como te aplaudieron y... ¡corre! Y no olvides nunca que te quiero más que a mi vida. –La abrazó contra su pecho y percibió como el corazón se le quebraba por completo. Las dos lloraron con amargura apoyadas la una en la otra durante unos minutos.

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora