XXVIII

13 2 0
                                    

Pasada casi una hora una alterada Constanza voceaba frente a las puertas del cuartel de San Francisco a un inmutable cuartelero. – ¡Necesito hablar con el capitán Pizarro! ¡Por favor, soldado! ¡Déjeme pasar!

Hastiado por el vocerío de la exarcerbante mujer el centinela le respondió por enésima vez. – ¡Ya le he dicho que no se puede, señora! –Arriscada se encaminó dentro del acantonamiento. El guardia se interpuso en su camino cortándole el acceso. – ¡Señora, le he dicho que no se puede entrar! ¿Quiere que la detengamos?

A pleno pulmón imploró. – ¡Solo quiero ver al capitán Pizarro! ¿Es qué no me ha oído desde el principio, testarudo zoquete?

Alertados por los gritos en la entrada otros militares acudieron. El más veterano de ellos se dirigió áspero al joven guardián que a duras penas conseguía contener a la mujer. – ¿Se puede saber que es todo este pandemonio?

– ¡Es todo culpa de esta vieja loca, Jordán! –Constanza volvió a bramar con su voz de mezzosoprano.

– ¡Ya le he dicho a este mozo tan tozudo que necesito hablar con el capitán Pizarro!

El viejo portaestandarte Marte Jordán arqueó sorprendido sus cejones haciéndolos juntar casi con el nacimiento de su pelo canoso. – ¿Señora Constanza?La mujer enarcó una ceja contrariada. –« ¿De qué le sonaba la fea cara cortada y la boca desdentada de ese hombre?». –De pronto recordó.

– ¿Es usted el lugarteniente de mi señor Pizarro, verdad? ¡Por favor! ¿Podría verle? Es urgente que hable con él. –Ahora fue el curtido militar el que cambió su gesto de sorpresa por una combada ceja. Aún así trató de ser amable cuando le contestó con voz pastosa.

–Bueno, verle puede. Aunque no sé en que estado se hallará. Lleva un rato bastante largo dándole al morapio. –La gobernanta caminó hacia el interior del acuartelamiento. Jordán levantó una de sus recias manos para impedirle el paso. –He dicho que podiáis hablar con él, pero no aquí dentro. No se permite la entrada a ningún civil sea varón o hembra. Menos si es hembra. Más de una saldría corriendo al ver algunas cosas ahí dentro. Vos me entendéis. Aunque no creo que os asustarais ya a estas alturas. –El veterano confaloniero le guiñó un ojo bergante al tiempo que se le escapaba una sonora carcajada de su gran bocaza y entre los huecos de los dientes que le faltaban. Constanza acartonó el entrecejo ante la desvergüenza del rudo hombre que ni siquiera respetaba su luto vestida de riguroso negro. El soldado advirtió la reprobación en su severo rictus y dejó de reír al instante. Pareció recobrar la cordura y los buenos modos y contestó de inmediato. – ¡Lo siento, señora! Espere aquí. Iré a avisar a mi capitán enseguida.

Su señor la recibió veinte minutos después en las dependencias de administración del cuartel. Se encontraba sentado tras una mesa rectangular de aspecto deplorable. Tan fatídico como el mismo. El aspecto arrogante y seguro de Gaspard Pizarro había desaparecido por completo permutado por la ceñuda apariencia de un hombre beodo. En cuanto la mujer traspasó el umbral de intendencia le dijo con voz arrastrada. –Me han dicho que querías verme. ¿Qué es lo que te ha traído hasta aquí? No creo que sea tan urgente para armar semejante escándalo, ¿No crees?

Constanza contestó al instante en tono acre. – ¡Sí que lo es! La señorita Sara abandona la ciudad, señor. ¡Debe impedírselo!

El capitán golpeó con tal compacidad la desvencijada madera de la mesa que los múltiples papeles que la poblaban amenazaron con caer al suelo. – ¿Te has vuelto loca? ¿No me digas que has armado todo esta escandalera por eso? ¡No es de mi incumbencia si la señorita Neila quiere irse de Badajoz! ¡Ni tampoco de la tuya! ¿O es que ahora vas a ponerte a su favor cuando siempre la odiaste, Constanza? Creí que mi actitud hacia ella te satisfaría.

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora