Durante todo el trayecto de regreso Martina Rojas no paró de quejarse acibarada. – ¡Pero que groseros han sido esos mequetrefes del museo! Solo quería ir a recogerte y me lo prohibieron. ¡Cresta! ¿Es qué pensaban que iba a llevarme bajo el braso algún cuadro? Seguro que lo han hecho porque soy extranjera... ¡Me trataron como chaleco de mono!
Tanto Eduardo, el chófer, como la propia Sara, aguantaron el amargo discurso de la mujer con resignación. La joven, en una tentativa por hacerla callar, argumentó. – ¡Déjalo ya, Martina! Comprende que es su obligación velar por la seguridad de todo el valioso material que se expone allí dentro. Además el vigilante que fue a buscarme fue muy amable. No hay nada por lo que sentirse culpable, mujer. Estoy bien, ¿no? Y estoy contigo de vuelta a la sede. ¡Déjalo ya, por favor!
Pero la mujer, insistente, no estaba dispuesta a callarse. Necesitaba desahogar su decepción y continuó con su monserga pese a sus palabras conciliadoras. Sara puso los ojos en blanco y decidió no hacerla más caso, al igual que Eduardo, que conducía la furgoneta especial más atento y prudente que en la mañana, ya que había comenzado a lloviznar tras un día demasiado bochornoso para la estación en la que estaban, y debía extremar las precauciones en la carretera. Sara volvió el rostro hacia fuera tratando de mirar al cielo. En lo alto, las nubes gris oscuro presagiaban una larga noche de lluvia y viento. El asfalto se teñía de negro al recibir la carga ingente de agua enviada de las alturas. Respiró una gran bocanada de aire, todavía caliente, y distinguió el tonificante efluvio a tierra mojada. Un aroma que siempre le gustó. Los perfumes relajantes de la naturaleza tras un largo periodo caluroso y seco. El invierno no había sido ese año abundante en precipitaciones y a ella le encantaba ver el agua caer sobre la tierra. Le relajaba olerla con prolijidad y siempre la hacía reflexionar. Mientras Martina seguía con su parloteo para nadie se concentró en el exterior y en las finas gotas que caían mansas. Ante su mirada aparecieron unos abisales ojos oscuros. Aquellos que tan sólo hacía unos minutos que acababa de conocer. La fascinadora mirada de Gaspard Pizarro.
A las ocho y diez de la tarde llegaron a la residencia, y ambas esperaron tolerantes a que el chófer les trajera un paraguas para evitar que Sara pudiera mojarse, protegiéndola así de un probable resfriado. Luego subieron ráudas a su cuarto eludiendo en todo momento encontrarse con alguien. Para la chilena ya se había hecho tarde y le quedaba un largo trecho en metro hasta llegar a su hogar junto a su familia. Se aprestó a la tarea de darle la cena a su patrona pese a los continuos ruegos de ésta. – ¡Es muy tarde, Martina! ¡Debes irte ya! No te preocupes por nada. Le pediré a una de las enfermeras que me dé la cena y me acueste. ¡Por favor, ya es muy tarde!
Solícita no la escuchó y terca como ninguna exclamó. – ¡De eso nada! Este es mi trabajo. No pienso irme sin cumplir con mi tarea y dejarte como dios manda. Cenarás, te cambiaré de ropa y te acostaré como hago cada noche. ¿O es qué estás pensando en sustituirme por alguna de esas enfermeras con cara de palo, Sarita?
La mencionada soltó una carcajada respondiéndole en el acto. – ¡Por supuesto que no, Martina! Sabes que te prefiero a ti mil veces.
La mujer le sonrió afectiva apartó la bandeja de comida y limpió de sus comisuras los restos del puré que le había dado para cenar. No quiso postre y su edecán se afanó entonces en quitarle la ropa que había llevado al museo. Una sencilla camisa de diminutas florecitas moradas y un tejano. Se aproximaba el momento del aseo. La parte que menos le gustaba de su condición de atrofía. No poder controlar sus esfínteres, la obligaba no solo a llevar horrendos pañales para adultos, también la supeditaba a cargar con una sonda suprapúbica permanente para la orina, cuya bolsa colectora tenía que ser vaciada cada pocas horas. El sondaje se retiraba por otro repuesto una vez al mes. Pese al tiempo discurrido, para ella seguía siendo denigrante. Como a un bebé, Martina la acomodó en su cama y comenzó con la higiene. Inoperante para relajarse trató de no pensar en la incómoda circunstancia y preguntó quizá para distraerse. – ¿Martina, tú habías visto antes ese cuadro nuevo de Velázquez? ¿El que dicen que representa a uno de los hijos adulterinos del rey Felipe IV?
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Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)
Tarihi KurguEn el día de su decimosexto cumpleaños la joven Sara Galván experimentará como toda su vida da un giro radical... Los terribles acontecimientos vividos esa fatídica noche La llevarán a vivir una emocionante aventura cargada de amor y misterio en el...