XXVI

7 1 0
                                    

¿Qué es lo que os hace abandonar la villa tan pronto, Gaspard? ¿De veras vuestras obligaciones en el ejército son las que os fuerzan a hacerlo o es la necesidad de huir de mí? ¿Tanto os incómoda mi presencia? –Las menudas manos de Sara asían los faldones de la silla de montar de Strategos. El capitán, montado sobre el animal, se mostraba irritable.

– ¡Mujer, podéis pensar lo que gustéis! Francamente, no me importa. Y... también podéis continuar en mi casa hasta mi regreso. No tengo ningún inconveniente. Al fin y al cabo a vos y a mí ya no nos une nada. Aunque si queréis regresar con vuestros primos, estáis en vuestro derecho. –El bello caballo negro del capitán relinchó inquieto mordiendo el bocado y sus patas se ajetrearon con ganas de acción. El enfadado militar dominó con maestría a su bestia aprehendiéndola de las riendas con solidez. Sara continuaba sin apartarse del animal y Pizarro le gritó desabrido. – ¡Ahora os ruego que os apartéis! Strategos y yo estamos impacientes por emprender nuestro viaje. Tenemos un gran trecho por delante hasta llegar a Badajoz. –No le quedaba otra opción que obedecer. Pizarro se había vuelto insociable y no le hubiera sorprendido que se la hubiera llevado por delante con tal de escapar de ella. Hasta ese punto llegaba ahora su inquina. Habían sido inútiles sus razonamientos, sus suplicas. Estaba determinado a marcharse, y aunque ya estaba informada de ello en días previos, también intuía que el duelo fallido junto al óbito de su adversario, lo habían precipitado todo. El joven esperó a que ella estuviera lo suficientemente lejos de su montura para emprender la marcha. Dio la orden a su caballo para girarse y acometer la partida. La miró, aunque no directamente, y se despidió de ella con un escueto y cortante. – ¡Adiós!

Huraño apartó la cara y se giró hacia delante. Strategos trotó primero bajo las órdenes de su amo, luego inició una ligera galopada. Despuntaban las primeras luces del alba, apenas había nadie en las calles, y solo se escuchaba el sonido de los cascos golpeando fuerte contra el empedrado de la calzada. Sara permaneció allí de pie en medio de la travesía hasta que le vio desaparecer. Tenía la esperanza de que en un último momento se girara para mirarla. Pero no lo hizo. Con la cabeza gacha, cansada y amarrida volvió a la casona. Ahora mucho más inmensa sin la presencia del capitán. El melenudo Anselmo cerró el portón tras ella. Apenas levantó la mirada para encontrarse con la severa cara de Constanza. Las dos en pie a horas intempestivas de la madrugada. Ambas en camisón y tapándose los hombros con sendos chales para resguardarse del relente del amanecer. Con lágrimas en los ojos musitó doliente y casi sin fuerzas. – ¡Constanza! Ni siquiera me ha escuchado. No ha querido oír nada de lo que tenía que decirle. ¿Por qué es tan cruel? ¿Es que no se da cuenta... de qué... de qué...? –Su pequeño cuerpo se convulsionó por el llanto. En un instante la gobernanta la envolvió en un abrazo reconfortante conduciéndola hacia las escaleras de regreso a su habitación.

Una hora más tarde continuaba acostada sobre el edredón de su lujosa cama con dosel. Constanza le había llevado otra tisana de flores de azahar que no le había hecho efecto. Su mente no paraba de darle vueltas a lo mismo. –« ¿Por qué no tuvo el valor para admitirlo?». –«Pero, ¿Es que acaso tenía derecho a decir que le amaba? ¿Era legítimo su amor? ¿Una mujer, o más bien, un espíritu venido del futuro?». –Más si ocupaba el cuerpo de otra fémina que le había hecho tanto daño. Que había jugado con sus sentimientos de manera tan atroz. Porque aunque le costara reconocerlo, Sally Neila tuvo que ver con el conde de Taba. No sabía hasta que punto. Si bien no le costaba imaginarles juntos retozando en el lecho. Se estremeció. El organismo que habitaba se había revolcado con el nato conquistador asesinado. –« ¿Cómo iba ella a decirle ahora al capitán Pizarro que estaba enamorada de él?». –Se sentía sucia por los actos impuros de su otra mitad, la que correspondía a su carne. –«A ti y a mí ya no nos une nada». –Esa había sido la sentencia final de Gaspard, y quizá tenía razón. Solo les unían los recuerdos de un amor desdichado. No le sorprendía, aunque le dolía en lo más profundo, que el militar la odiara.

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora