XXV

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De nada sirvieron sus ruegos, y mucho menos sus lágrimas. Pizarro era un bloque de granito. Férreo y obstinado hasta el final. Él había exigido el duelo, reclamaba equidad para su honor mancillado, y no iba a echarse atrás. Todo su cuerpo clamaba sangre. No renunciaría a su derecho al desquite; jamás. A su llegada al palacete bajó el primero del carruaje y ni siquiera esperó para ayudarla como lo haría un caballero. Sara, tan tozuda como él, se quitó los detestados chapines y saltó del carro al enlosado de la calle obviando por completo los modales de una dama. Poco le importaban las formalidades en esos momentos. Corrió tras el capitán para gritarle en el mismo vestíbulo. – ¡Gaspard! Tenéis que escucharme. ¡Debéis parar esa locura! ¡Por favor! ¡No conduce a nada!

El militar se paró en medio del pasillo y se volvió para mirarla con acritud. Con una ceja arqueada le respondió agrio y sin contemplaciones. – ¿No conduce a nada, Sara? ¿Me estáis diciendo que un duelo a «muerte», no conduce a nada? ¡Maldita sea, mujer! ¡Lo hago para restaurar vuestro honor! ¡El honor de ambos! –Después su temperamento dejó paso al hastío y pronunció casi derrotado. – ¡Es igual! No parecéis entender nada de lo que se os dice. Debí hacer caso a su majestad cuando me advirtió de vuestro jueguecito con Taba. –Sara frenó en seco envirotada. Gaspard le dio la espalda otra vez y reanudó su camino hacia el despacho. Tras la bofetada inicial que supuso para ella saber la identidad del chivato que le había ido con el cuento al capitán de las correrías de Sally Neila con el conde de Taba, reaccionó y corrió tras él, interponiéndose a duras penas en su marcha. – ¿Estáis diciendo que el mismísimo rey os informó de la... de mi relación con el conde? ¿Ahora los reyes se dedican al alcahueteo?

Pizarro miró hacia abajo, a su nivel. Elevó una ceja desafiante y dijo con desgana. –Entonces no lo negáis. Admitís una relación con ese... ese... ¡fantoche! –Su genio se alteró finalmente. –Sara, creía que teniáis mejor gusto, la verdad. Relacionaros con ese mariposón... ¿Acaso no sabéis que corteja a todas las faldas que se le ponen por delante? En especial a todas las mujeres a las que pretende el rey, nuestro Señor.

– ¡Ja! –Se burló ácida, e irritada vociferó. – ¿Y a vos os parece normal que el «Rey, nuestro Señor» –acentuó peyorativa. –vaya tirándose a todas las damas que le plazcan? ¡Es un hombre casado, por Dios! ¡Al menos el conde está soltero! ¡Yo, estoy soltera! De tener una relación no haríamos daño a nadie. Me sorprende el doble rasero que utilizáis para medir el comportamiento de un hombre u otro. ¿Es qué el hecho de que sea un rey le da jurisprudencia para ser un adúltero? –En un segundo, la irritación del capitán alcanzó su punto más álgido, y la acorraló contra la pared de la galería apresando con sus grandes manos su vulnerable cuello.

– ¡Yo no he dicho eso! No tergiverséis mis palabras. Y no juzgo lo que hace el rey. ¡No es de mi competencia! No comparto su alcoba. Pregúntadle a la reina. Ella sabe muy bien de sus correrías y las acepta. ¡Ah! Y olvidáis que el conde está viudo; no soltero. Aunque imagino que eso a efectos de la conquista es un detalle nimio. ¿No? ¡Decidme! –Con su rugoso pulgar comenzó a acariciar lentamente la fina piel de su garganta. – ¿Es cierto que preferiáis sus caricias a las mías, Sara? –Su aliento ígneo rozando su cara. El contacto invasivo de sus manos contra la suave piel de su cuello estaban a punto de hacerla zozobrar. En un murmullo apenas audible musitó.

– ¡Jamás! Jamás podría preferir el roce de sus cuidadas manos sobre mi piel a la templada caricia de las vuestras, Gaspard. –El joven escudriñó su mirada quizá intentando averiguar cual era la verdad que camuflaban sus bonitos ojos. Ambos callaron por unos segundos, o quizá minutos. Nunca supieron el tiempo transcurrido. Solo se escuchaba el sonido de sus respiraciones intermitentes entremezclándose.

Pizarro aflojó su mano sobre el gollete femenino y con la otra acarició los voluminosos labios de la muchacha, que bajo su roce cerró los párpados y suspiró ostentosa. El fuego ardía otra vez entre los dos. El ímpetu de su pasión se hallaba al borde del estallido. Sin embargo con un esfuerzo hercúleo se apartó de ella diciéndole. –Quizá no prefiráis sus caricias; ahora. Pero antes... en un pasado no tan lejano...

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora