Casi no pegó ojo el resto de la noche rememorando emocionada cada instante pasado en el inmenso salón de la planta baja junto a Gaspard. Cuando pudo quedarse dormida despuntaba la alborada. Como cada mañana desde que estaba allí, Constanza entró como un vendaval y descorrió las corpulentas cortinas para despertarla. La morena mujer le recordaba mucho a su añorada Martina. La claridad la deslumbró y se tapó perezosa la cabeza con las mantas.
La gobernanta observó el bultito que perfilaba la joven camuflada bajo las sábanas y sonrió picara diciéndole con su voz de contralto. – ¿Qué tal ha dormido, señorita Sara? ¿Es qué la tormenta la desveló?
Se destapó con el ceño fruncido. –« ¡Si supiera...!». –Pensó. –«No. No ha sido una tormenta precisamente la que me ha desvelado». –Pero ahora que lo pensaba con detenimiento si que había un poco de tempestad en los ojos del capitán anoche. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo al recordarlo y suspiró ostentosamente. Destapándose del todo se puso en pie y contestó a la suspicaz ama de llaves desperezándose haragana.
– ¡No, Constanza! He dormido bien. ¡Gracias!
Irónica, la mujer alzó una de sus finas cejas. Por algún motivo que no entendía no parecía creerla. A ella, Sara Galván, nunca le habían asustado las tormentas, más bien al contrario, siempre le gustaron. Constanza trató de explicarse mejor. –Pensé que lo habría pasado mal anoche, señorita. Al fin y al cabo sus padres perdieron la vida por culpa de una tormenta.
Sus ojos se abrieron inmensos por la sorpresa. –« ¡Era cierto!». –Los padres de Sally Neila habían muerto en un incendio. La misma Constanza se lo había contado el día anterior. Pero ella no sabía que el desgraciado suceso fue provocado por un rayo. Trató de darle una explicación plausible a su falta de delicadeza, y respondió mordiéndose el labio inferior en el proceso. – ¡Lo sé, Constanza! Eran mis padres y jamás podré olvidar como perdieron la vida. –Había un deje de otra pena en su voz. La rememoración de otras tres vidas sesgadas por otro fuego, el de unos disparos criminales. Intentó que la voz no le vibrara al concluir. –Pero la vida debe continuar. Seguirá habiendo tormentas. Seguirán cayendo rayos del cielo, y no todos ellos arrasarán con la existencia de alguien. A las tormentas no hay que temerlas, Constanza, pero sí hay que tenerles respeto.
Arrepentida, aunque también admirada por las valientes y sabias palabras de la joven, le sonrió con timidez ofreciéndole una sincera disculpa. – ¡Lo siento, señorita! No he debido ser tan brusca. Admiro su valentía. Yo, sin embargo, cuando oigo esos zambombazos, que parecen partir el cielo en dos, desearía meterme bajo la cama. –Sara le dedicó una leve sonrisa de asentimiento. Entonces la solícita ama de llaves observó sus pies desnudos sobre el entarimado y le riñó con gravedad.
– ¡Por Dios, señorita! ¡Otra vez descalza! ¡Póngase las zapatillas ahora mismo! Podría enfermarse otra vez... y...
–Sara terminó la frase por ella. –Y si entrara «El Señor» te caería un buen rapapolvo. –Por unos segundos la flaca mujer se puso muy seria. A ella, por contraste, le costó mantener la prudencia. Le guiñó un ojo cómplice. Había hecho una broma. Ambas se miraron y prorrumpieron en carcajadas.
Casi una hora más tarde, Sara dejaba su alcoba vestida nuevamente con un aparatoso vestido de la época, decorado de cintas y encaje por delante. Esta vez el color que predominaba era el naranja. El corsé, fabricado de cartón, volvía a oprimirle las costillas y el abultado pecho hasta la saciedad cada vez que inhalaba. Ese día, para más desgracia, lucía un exagerado escote con un suntuoso borde plagado de encaje, y sentía verdadera vergüenza al mirar ligeramente hacia abajo y toparse con sus pechos, que en realidad eran los de Sally Neila, tan cerca de su cara. Los senos de la joven eran firmes, voluptuosos, y debía reconocerlo, muy bonitos. Si bien hubiera sido mucho más útil en aquellas aprisionadas circunstancias tenerlos pequeños. Como los que lucía en el siglo XXI. Se maldijo a sí misma por haberlos pedido más grandes entonces. Dios la había castigado concediéndoselos en esta segunda vida. Esa mañana una nueva condena se le había añadido a todo lo anterior. A los horrendos chapines que tenía que llevar por calzado se le habían incrementado unos escarpines. Una especie de calcetines, adosados encima de los propios zapatos, que servían para proteger los pies de las humedades que la lluvia de la noche anterior habían provocado. Se quejó hasta el hartazgo porque le parecía exagerada la protección que ejercía la férrea gobernanta sobre su salud. Corrían los primeros días del mes de mayo y no podía hacer tanto frío. No obstante nada impidió que saliera con ambos accesorios puestos en los pies. Constanza no iba a arriesgarse a que cayera otra vez enferma. Sobre todo no iba a exponerse a ser amonestada por «Su Señor». Enfadada, encontró el arrojo para preguntarle a la severa ama de llaves, si no existían otro tipo de vestidos menos pesados que aquellos, o en su defecto, unos zapatos más ligeros. Desde luego consiguió el efecto esperado, la mujer la miró como si estuviera chiflada, dedicándole una típica mirada de reprimenda como si se tratara de una niña maleducada que hubiera dicho una palabra malsonante.
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Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)
Narrativa StoricaEn el día de su decimosexto cumpleaños la joven Sara Galván experimentará como toda su vida da un giro radical... Los terribles acontecimientos vividos esa fatídica noche La llevarán a vivir una emocionante aventura cargada de amor y misterio en el...