XVII

19 1 0
                                    

Un coro de sonidos ininteligibles se extendió a su alrededor. Corrimiento de muebles, gritos, golpes, voces femeninas y masculinas entreveradas sin orden ni concierto, sollozos... En medio de la anarquía, alguien se precipitó sobre ella, y notó como una recia y gran mano le tapaba la boca y la nariz. El oxígeno, que inútilmente trataba de llevar a sus pulmones, no llegaba y dolía. Sin remisión se asfixiaba como ya lo había hecho diez años atrás. Después más gritos, zarandeos. Le pareció escuchar en el estertor de la muerte a una mujer que vociferaba llena de angustia que la soltarán. Quizá, Martina Rojas. Luego todo se serenó. El silencio se hizo en derredor envolviéndola en una extraña paz. Una sorprendente quietud se apoderó de su ser. Se hallaba en algún lugar indeterminado entre la tierra y la bóveda celeste. –« ¿Cuánto tiempo pasó en ese estado de misterioso letargo?». –Nunca lo supo.

Pasado un segundo, o tal vez una eternidad, volvió a sentir la presencia de otro ser humano. Éste la tomó entre sus brazos izándola de donde quiera que estuviera reposada. Una insólita placidez se apropió de su espíritu al sentir el calor del otro cuerpo. En aquellos brazos fuertes se sentía segura y se dejó mecer en ellos depositando su mejilla sobre el vigoroso pecho envuelto en un fuerte olor a jabón y almizcle. –« ¿Por qué le era tan familiar esa fragancia?». –Y de repente aquel torso que ella sentía grande y poderoso susurró junto a su oído con una voz grave y varonil desconocida.

– ¡No os vayáis ahora, Sara! ¡No se os ocurra dejarme! ¡Aguantad! Advirtió como los latidos de su cansado corazón se aceleraban una vez más, si bien esta vez arrastrados por la incertidumbre. –« ¿Quién le hablaba así?». –Había un vestigio apremiante y rotundo en su entonación. Era como si la propia vida de quien la portaba en brazos se derramase tras esas cortas frases. Trató de hablar, de preguntar, mas su voz no la obedeció, y volvió a sentir que se ahogaba. Ni siquiera pudo abrir los párpados para mirarle. Se dejó desfallecer en su acogedor abrazo, y la oscuridad volvió a arroscarla por completo.

El amanecer de otro renovado día acabó por despertarla. El sol volvía a hacer de las suyas, y unos traviesos rayos danzarines se colaron por la ventana para acariciar su cara. Los párpados se le abrieron incapaces de recubrir la luz de su reposo. Su ceño se arrugó. Había algo raro en ese sitio, la radiación daba en su almohada desde otra dirección distinta, y la ventana no estaba situada en el mismo sitio de siempre. Estaba acostada boca arriba, y donde debía haber un techo pintado de blanco, había unas telas nevadas de lo que parecía encaje suspendidas sobre unos travesaños de madera oscura. Siguió con la mirada hasta bordear los maderos. La blonda estaba atada con unas lazadas de manera vertical a ellos en los cuatro extremos. Era una preciosa cama con dosel. Luego contempló los techos, que eran muy altos, austeras molduras de maderamen los circundaban y las paredes lucían paneladas. Unos cortinajes con el mismo calado adornaban el baldaquino decorando la única ventana del dormitorio que para su sorpresa se había convertido en un mirador. El resto de la estancia estaba engalanada de forma bastante ponderativa. Algunas tablas con marcos de estilo barroco, una cómoda y un armario, una mesita y algunas sillas. Al fondo había un lavamanos de madera con su palangana y su jarra de porcelana. Un candente suspiro escapó de sus labios cuando volteó la cabeza hacia el otro lado del cuarto que permanecía en penumbras, y descubrió el ensombrecido perfil de un hombre dormitando sobre una butaca demasiado minúscula para su envergadura. Vestía una camisa blanca de mangas abullonadas y unos sencillos pantalones oscuros. Su rostro era apenas visible pues una guedeja castaño rojiza le cubría gran parte de él. Pero le reconoció al instante y su respiración se hizo más rápida y opresiva.

Súbitamente comenzó a toser y eso despertó al durmiente que rápido se levantó de su asiento y corrió en dos zancadas hasta ella. De nuevo volvía a ocurrir. Otra vez se le echaba encima. – ¡Sally! Tratad de respirar más despacio. ¿Queréis que os traiga un poco de agua? –Abrió los ojos como platos pestañeando aterrada varias veces. Tenía que despertar de esa pesadilla que ya duraba demasiado tiempo. –« ¿Cómo era posible que...?».

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora