XIII

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Transcurrían los primeros días de un mes de junio más abrasador de lo normal, y aprovechando el buen tiempo que deparaba la mañana, hizo que las enfermeras de guardia ese fin de semana, sacarán su caballete y todo su material de pintura, con la intención de retomar una de sus aficiones favoritas; la pintura. Era domingo, casi mediodía, y se azacanaba frente al lienzo pincel en boca dando toques sueltos aquí y allá en tonos ocres y dorados a un paisaje otoñal. Toda una paradoja de temporada por no terminar a tiempo el trabajo del año anterior. Aquel hermoso óleo de árboles yertos y hojarasca caída, que iba tomando forma trazo a trazo, contrastaba de manera radical con el estallido del verano en todo el perímetro. Árboles frondosos cuyas altas ramas preñadas de verdor parecían querer tocar un cielo azul celeste investido puramente por el astro rey; El Sol. Nadie le hacía sombra ese día. Ninguna nube presagiaba lluvia y la estrella incandescente más grande de nuestro universo conocido era el omnipotente reinante. Sabedor de su gran poder sobre la tierra y todos sus habitantes descargaba fogaje con toda su virulencia.

Por el bochorno que notaba en la cabeza y el rostro, intuyó que debían estar cercanos a los treinta grados de temperatura, y solo era mediodía, pensó sofocada. Les aguardaba un verano muy caluroso. Miró en derredor. Se hallaba intramuros del recinto de la residencia, en el extenso jardín interior que la circundaba. Algunos de sus compañeros tomaban el sol. Otros paseaban en sus sillas por los senderos habilitados, acompañados por alguna enfermera o familiar visitante, o solos, si su discapacidad se lo permitía. El césped había crecido más de una cuarta y el jardinero se afanó para podarlo el día previo. Todavía flotaba en el ambiente el refrescante olor a hierba recién segada. Insectos de todos los tipos trabajaban sin descanso bajo ella o en los troncos de los árboles. Naturaleza en plena efervescencia. Acalorada, se desprendió por unos instantes de la brochita que portaba en la boca, soltándola mañosa sobre la paleta donde hacía las mixturas, para suspirar apurada. La tarea que tanto le había llenado a primera hora de la mañana se le empezaba a hacer cuesta arriba. Unas gotas de pegajoso sudor resbalaron por su nacarada frente y carrillos. Oteó el jardín en busca de alguna cuidadora que se las secara. No podía contar con Martina, la chilena libraba los fines de semana aprovechándolos con mucho merecimiento, para disfrutarlos en compañía de su numerosa familia. Levantó la mirada escudriñando el horizonte hasta donde la vista le daba de sí. Una enfermera se acercaba a buen paso con su uniforme inmaculado, opinó que estaba tan lustroso que era cegador. Sabía que era un efecto óptico, pues el blanco era la mezcolanza de todos los colores a la vez, y el reflejo del sol lo hacía aún más deslumbrante. La brillante joven se aproximó a ella con un pañuelo de papel en una mano y una botella de agua en la otra. Como si se tratara de un ángel reluciente y adivinara todas sus necesidades, le limpió el sudor con el pañuelo, y luego se apuró para darle unos sorbos de agua. El querubín habló.

– ¿Quieres más agua? ¿Tienes más sed? –Sara la miró maravillada a la cara por unos instantes. Era joven; muy joven. Debía de tener poco más de los veinte años. Era incluso más joven que ella, que ya andaba por los veintiséis, y no obstante ya era toda una titulada en enfermería. No era un ángel. Su caldeada cabeza, por un sol demasiado fuerte, junto a una imaginación desatada, le habían gastado una broma. Negó con un ademán y añadió de viva voz y un poco avergonzada.

–Sólo necesito moverme de sitio. Hacia la sombra, y cambiar de posición el caballete y mis bártulos de pintura. Quisiera pintar un rato más. ¿Te importa?

La enfermera de bonito pelo castaño que le llegaba a los hombros y ojos haciendo juego con la abundante cabellera, le sonrió afable, y sin decir más cumplió con todos sus deseos. El caballete acomodado en la ubicación indicada. La paleta donde hacía las mezclas depositada sobre la mesa plegable junto a todos sus utensilios. Botes de pintura principalmente de colores calientes y aceite de lino. Incluso le dejó sobre una esquina, lejos de los aperos de pintura, previendo algún posible descuido, la botella de agua con una necesaria pajita en su interior de la que podía sorber sin problemas, y de nuevo Sara volvió a cavilar en que después de todo tampoco debía estar del todo equivocada, y la joven debía tratarse de un ánima celeste. Le dio las gracias por su amabilidad aunque sabía que era su trabajo y cobraba por ello. Pero todas las cuidadoras o enfermeras no eran tan benévolas como aquella. Rezaría en la noche antes de dormirse para que con los años no perdiera el tacto y su buen talante con los enfermos.

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora