Semanas después, casi en pleno mes de agosto, y con el estío en su punto más intenso, Sara tomaba un refrigerio delante del reducido fresco encargo de Dario Bartholomew. Minuciosa examinaba cada centímetro del retrato. A pesar de ser solo un bosquejo con unas pinceladas de color al óleo tuvo que emplearse a fondo en limpiarlo de los restos de suciedad y polvo acumulados a lo largo de más de tres centurias. Casi todo su tiempo libre, que por otra parte, no dedicaba a nada en especial, lo consagró a aquella tarea, y pese a ello no había hallado nada en sus trazos que le indicara donde estaba el testamento póstumo de Felipe IV.
Tras analizar con delicadeza casi milimétrica cada fragmento pintado, dio otro sorbo a su refresco cargado de hielo, depositándolo luego en la mesa más cercana. Ante el oleaginoso nuevamente se apartó una traviesa guedeja rubia de la cara poniéndosela tras la oreja, también aprovechó para morderse el labio mientras pensaba en otra posibilidad. Tal vez la respuesta no estuviera entre las pinceladas. Quizá se hallara en el mismo retrato. Alguna indicación del modelo. Su postura o lo que estuviera haciendo. Pero no apreció nada en especial ni en la forma en la que escribía ni en la seriedad que denotaba la coyuntura. Desganada dejó escapar el aire por la boca se alejó del fresco y cogió el mando del aire acondicionado para subirlo unos grados. Eran las siete y media de la tarde y el calor seguía siendo abochornante. Se dejó caer sobre el señero sofá que habitaba su saloncito y tomó el móvil entre las manos. Volvió a tarascarse el labio. Solo le restaba por hacer una cosa más, terminar el óleo. Pero para eso debía hacer una llamada. Tras armarse de valentía buscó en su agenda y marcó el número de Dario Bartholomew.
– ¿Te queda mucho, Sara? Se me está empezando a dormir el brazo. –La cóncava voz de Dario Bartholomew se oyó exasperada.
Sara sonrió parapetada tras el boceto y contestó audaz y con cierta guasa. –Solo serán diez minutos más, Dario, y lo dejaremos hasta mañana. Creí que tendrías mas aguante la verdad.
–No se trata de aguante. Sino de paciencia, y de esa me temo que no tengo mucha.
– ¡De acuerdo! Aguanta un poco más. –Asomó la cabeza por el lateral del lienzo para observar divertida al eurodiputado que soportaba estoico la posición a la que ella le estaba sometiendo, y que no era otra más que la pose exhibida por Gaspard Pizarro en el cuadro de marras. Sentado tras una rica mesa el gesto serio mientras redactaba una carta con una principesca pluma de lo que debía ser un cisne. Todavía se le hacía increíble lo elemental que le había resultado convencerle para que posara e incluso se vistiera con las ropas de esa época. Todo era poco para recrear el ambiente del retrato. Lo que no consiguió es que Dario accediera a ponerse una peluca. Eso ya era demasiado para el serio parlamentario europeo. Aún así había sido una auténtica proeza y Sara disfrutaba cada vez que le veía enfundado en el uniforme del Tercio de Morados Viejos. Era la viva imagen de su antecesor.
Tras unos minutos, que al joven le habrían parecido años, decidió dar por terminada la jornada dejando el pincel sobre la paleta que le servía para mezclar los colores y decirle a su impaciente modelo. – ¡Por hoy ya está, Dario! Descansa.
El político respiró con fuerza, tiró la pluma sobre la mesa y estiró las extremidades cuán largas eran. Tras ello se levantó y caminó por la minúscula sala unos pasos. Tenía el cogote y los hombros entumecidos y aquellas sesiones de modelo comenzaban a hartarle. Pero las aguantaba porque así podía gozar de la presencia de la dulce Sara. La muchacha había aprovechado para ir al baño a limpiarse del exceso de barniz. Dario entretanto caminó hasta la obra para ver los progresos que la restauradora había hecho en ella.
Debía quedar muy poco para estar terminado incluso ahora ya parecía acabado. Los trazos bien delineados, las pinceladas bien definidas. –« ¿Qué le había dicho Sara para convencerle de posar para ella?». «Tal vez la clave para encontrar el códice éste en el mismo dibujo, en el gesto o en las piezas que lo conforman». Sin embargo por más que miraba no veía nada. No había nada peculiar ni fuera de sitio. Nada les indicaba que allí pudiera estar la pista que les llevara hasta el documento de Felipe IV. Quizá Sara Neila lo había destruido, y la verdad es que la existencia o no del testamento, hacía tiempo que había dejado de importarle.
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Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)
Historical FictionEn el día de su decimosexto cumpleaños la joven Sara Galván experimentará como toda su vida da un giro radical... Los terribles acontecimientos vividos esa fatídica noche La llevarán a vivir una emocionante aventura cargada de amor y misterio en el...