XXXI

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Y así aconteció. Tan sólo una semana más tarde Pizarro regresaba a Badajoz junto al resto del diezmado ejército español. La guerra contra Portugal se encontraba en punto muerto. El monarca Felipe IV seguía empecinado en no reconocer la independencia del reino de Portugal, pero no había dinero con el que sustentar una nueva empresa, debido a la espinosa crisis económica por la que el país atravesaba.

Así las cosas, y sin un sustituto para el fracasado Marqués de Caracena, éste último se vio obligado a continuar en su puesto unos años más. Supeditado a no tomar acciones de envergadura, pues no había cuartos con los que sostenerlos.

Los siguientes días a su regreso a Badajoz Gaspard los pasó convaleciente de su lesión en el tobillo derecho. Al tiempo que con la ayuda de un diligente Anselmo visitaba a su buen lugarteniente Marte Jordán en el convento dominico donde se recuperaba de sus graves tajaduras. Taciturno, cuando estaba en la vivienda pacense, paseaba por las habitaciones y pasillos ayudándose de unas sencillas muletas, o de la ayuda de una siempre afectuosa Sara. Ella sabía que lo que atormentaba a su esposo eran los fantasmas de la guerra. Las miradas vacuas de los soldados muertos. El fracaso y la desidia a la que el gobierno central les castigaba con Felipe IV al frente.

Unos días más tarde tuvo el honor de ser visitado por el Marqués de Caracena para interesarse por su lesión. Ésta no mejoraba, al contrario, parecía haberse arraigado en su pierna, obligándole a cojear de manera constante. El prócer sopesó su estado, y días después le hizo llegar una carta a través de su sargento mayor.

«Estimado Capitán Pizarro, por la presente se os aparta de vuestras obligaciones como capitán del Tercio de Morados Viejos. Me permití la licencia, de hacerle saber a nuestro rey, de vuestro estado. Habréis de perdonarme, ya que sé que vuecencia no era partidario de ello, pero vuestra lesión, me temo, es de eximente para vuestro puesto en la milicia.

Soy consciente de que perdemos a un valioso hombre, y echaremos en falta vuestras benéficas aptitudes, tales como el don de mando, y vuestra prudencia y fortaleza probada a la hora de dirigir en la batalla a vuestra compañía.

No debéis sentiros en algún modo apesadumbrado, pues habéis cumplido con vuestro deber, con valor y entrega".

Badajoz, a 1 de agosto de 1665.

Luis Francisco de Benavides Carrillo de Toledo, Marqués de Caracena.

Adiós a la vida castrense y a un decenio en su Tercio. Estrujó entre sus manos el papel lanzándolo furioso contra el suelo. Lejos de sí. –« ¿Estaba tan enfadado por dejar la milicia?». –No. El origen de su enojo era el verse desechado del ejército por algo tan nimio como un pie torcido. A continuación miró con desdén la muleta que utilizaba desde hacía unas semanas, y que ahora descansaba apoyada sobre un lateral del escritorio; cerca de él. La agarró con furia y también la arrojó colérico. Su sostén fue a dar contra la pared rompiéndose en dos. El estrépito atrajo la atención de Sara que alarmada acudió con rapidez al cuarto que hacía de despacho.

– ¿Qué ocurre Gaspard? ¿A qué viene...? –No concluyó la frase. Miró al entarimado y vio el estropicio de la muleta y el gurruño en el que se había convertido la misiva enviada por el marqués de Caracena esa misma mañana. Confusa se agachó para recoger ambos objetos preguntando. – ¿Qué ha pasado para que cometas este destrozo?

Él la miró con el mismo gesto hosco que exhibía su fisonomía desde hacía días y le respondió con rabia. –Me apartan del ejército, Sara. ¿Puedes creértelo? Ni siquiera tienen en cuenta mi sacrificio. Todo a lo que he renunciado en estos años por ellos. Por servir a mi país y a mí Tercio. –Fue tanta la ira empleada que Sara no pudo evitar un temblor. Rápida le contestó.

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora