Si Nos Dejan 13 Y 14

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SI NOS DEJAN

CATA

Capítulo 13. Viviendo juntos.

Cuando Hermes Pinzón salió de su casa dando un portazo, Doña Julia y Nicolás se acercaron a Betty. Ella no había dejado de llorar desde que su papá empezó a gritarle de ese modo y necesitaba que alguien la consolara, que alguien la apoyara. Pero para su sorpresa continuó oyendo reproches de su mamá y de su amigo.

J.: Betty, mija, ¿cómo se le ocurre ennoviarse con su jefe? ¿No ve que ese hombre la está utilizando?

N.: Doña Julia tiene razón, Betty. ¿Es que ya no se acuerda de todo lo que le hizo? ¿No se acuerda de cómo jugó con usted?

La resistencia de Betty estaba llegando al límite. Su papá, a quien ella adoraba acababa de insultarla, de humillarla y de echarla de su casa y cuando esperaba encontrar apoyo en su mamá y en su amigo del alma, no recibe de ellos más que reproches. Julia y Nicolás seguían hablando. Seguían advirtiendo. Seguían recriminando.... Pero ella ya no los escuchaba. Sin tocar la maleta que aún estaba en la entrada subió a su habitación y se encerró en ella. Un solo pensamiento la guiaba en ese momento. Tenía que irse de su casa. No sólo porque su papá la había echado sino porque no quería estar ni un momento más allí. Su familia, la única familia que tenía (porque para ella Nicolás era como un hermano) la juzgaba y la condenaba sin apenas escucharla. Meditó por un momento respecto a su “delito”. “Enamorarme de él, ese es mi único delito. ¿Por qué no pueden entenderlo? ¿Por qué no pueden escucharme?”

Dejó de pensar en eso para preocuparse de un problema más inmediato y urgente. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Dónde iba a ir? Sin pesarlo dos veces sacó del bolso su celular y marcó el número de Armando.

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De regreso a su apartamento Armando escuchaba una melodía romántica en la radio de su carro. De vez en cuando canturreaba y sonreía feliz. Recordaba todos los momentos vividos ese día desde que la recogió en el aeropuerto. ¡Su Betty era increíble! Nunca creyó que ella fuese tan ... tan.... ardiente, se dijo, ardiente es la palabra. El sonido del celular lo sacó de sus pensamientos. Contestó la llamada sin mirar su procedencia para no desviar la vista del tráfico.

A.: ¿Aló?

Un sollozo fue la respuesta que obtuvo. Sorprendido insistió

A.: Aló. ¿Betty?

B.: -Entre sollozos- Ar... Armando.

Paró el carro al borde de la acera y le preguntó con voz preocupada:

A.: Betty, mi amor, ¿Qué te ha pasado?

B.: Por favor ven a buscarme a mi casa. Por favor, Armando.-suplicó con desesperación-.

A.: ¡Voy para allá enseguida! Pero Betty dime qué te pasa, mi amor. ¿Qué tienes?

B.: -Entre hipidos- Ya te lo contaré. No te demores por favor. ¡Quiero salir de acá! Por favor.

Y cortó la llamada.

Armando nunca supo cómo había podido recorrer en tan poco tiempo la distancia que lo separaba de la casa de Betty. Diez minutos después de recibir su llamada detenía su carro en la misma puerta. Habían sido los diez minutos más angustiosos de toda su vida. No podía imaginar qué le había sucedido a su niña. Cuando la vio en la calle, con su maleta en la mano y la cara y los ojos enrojecidos de tanto llorar sintió un fuerte dolor en el pecho. No podía soportar verla sufrir de ese modo. Era incapaz de imaginar el motivo por el cual ella se encontraba en ese estado. La abrazó tiernamente, la ayudó a subir al carro y sin mediar palabra puso rumbo a su apartamento.

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