ᝰ Bebé llorona

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La opresión que tenía en el pecho era similar a lo que sentí la primera vez que escuché decir a mis padres que se divorciarían, en ese entonces creía que mi mundo se derrumbaba

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La opresión que tenía en el pecho era similar a lo que sentí la primera vez que escuché decir a mis padres que se divorciarían, en ese entonces creía que mi mundo se derrumbaba.

Ahora yo no tenía a nadie, así que si caía, bien tendría que levantarme sola.

Nadie te prepara caer, ni mucho menos para levantarte.

Durante mi caminata sin rumbo traté de evitar el llanto, aunque era casi imposible, pues mis ojos ardían y la nariz me cosquilleaba, maldigo al clima.

A la distancia una de las casas del barrio millonario explotaba en música, una fiesta.

Es chistoso como funciona el mundo, la muerte del señor Flemming no parecía afectarle a nadie más que a mí, estos tontos hacían una fiesta en lugar de brindar respeto.

Suspiré.

Coloqué mis manos dentro de la sudadera, aún tenía esa molesta mancha de sangre, no habría forma de cambiarme aunque quisiera.

A menos que...

Me dejé guiar entre la multitud,  mi plan era simple, quitar la mancha de mi sudadera, comer un poco y largarme de ahí.

Por más que me atrajera la fiesta no iría a celebrar nada, ¿pues que habría para festejar?, mis padres me odian, vi un muerto y no tengo donde quedarme a dormir. Estoy jodida.

Una vez dentro de la casa mis fosas nasales se inundaron de un olor extraño, supongo que eran sustancias para nublarnos la cabeza. Apreté mis labios ligeramente y luego evité chocar con la gente, tengo que pasar desapercibida.

La casa era grandiosa, exactamente igual a las casonas millonarias de las películas, la desventaja era que solo los cretinos tenían el privilegio de comprarlas.

Ya que logré llegar al baño le puse pestillo a la puerta, aún no podía sosegar mi corazón, era una locura. La música, el alcohol, la adolescencia de Hackensack en general. Estas gentes nunca tienen un límite.

Suspiré nuevamente y abrí el grifo, aproveché para mirarme en el espejo. Mi pálida piel me daba un aspecto horroroso y las lágrimas daban el toque perfecto para hacerme parecer el cadáver de la novia.

—Que asco—murmuré y en seguida me quite la sudadera.

Mis flacos brazos comenzaron a temblar, pues desde la ventana podía filtrarse el aire de noviembre. Sin mucho que perder comencé a fregar donde se encontraba la mancha roja, aunque parecía que la sangre se desprendía solamente se expandía aún más por la tela.

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